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miércoles, 12 de mayo de 2010

Una Iglesia en constante aprendizaje

A mi juicio, una de las frases más luminosas que encontramos en la tradición sobre Jesús, recogida esta vez en el cuarto evangelio, el que se atribuye a san Juan, es la que pronuncia Jesús diciendo que desea que sus discípulos (podemos decir: la Iglesia) estén en el mundo sin ser del mundo.
Traigo esto a colación porque leo que el Papa acaba de pronunciar un discurso (o sermón, para el caso es lo mismo) en Portugal en el que dice que la Iglesia tiene que aprender a estar en el mundo.
Parece ser que a muchos les ha impactado la afirmación del Papa, y ven en ella el comienzo de una "conversión" del obispo de Roma, que por fin, y forzado por las circunstancias, habría hecho autocrítica, y habría optado por exigir una actitud más humilde a la Iglesia, se supone que en contraste con antiguas arrogancias.
Cualquiera que conozca mínimamente el evangelio, sin embargo, caerá en la cuenta de que la afirmación de Ratzinger en Portugal sobre el necesario aprendizaje "mundano" de la iglesia, no es sino la enésima concreción por parte de un pastor de la iglesia (en este caso, el más cualificado) de esa enseñanza de Jesús.
Efectivamente, estar en el mundo sin ser del mundo, requiere un aprendizaje constante, árduo, y lleno de exigencias muy concretas que no siempre somos capaces de satisfacer los seres humanos. Veinte siglos de historia, demuestran que cuando la Iglesia no ha realizado con éxito ese aprendizaje, ha entrado en crisis de variable profundidad.
Ahora bien, en último término, estamos sencillamente ante una de las paradojas más fundamentales de una religión -la cristiana- atravesada desde su raíz por numerosas paradojas, y permanentemente amenazada por la tentación de querer disolverlas para evitar la angustia que con mucha frecuencia produce el mantenerlas tal cual.

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