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viernes, 30 de julio de 2010

Israel y Gaza: ¿buenos y malos?

En mi reciente viaje a Israel-Palestina-Tierra Santa, he realizado el circuito que podríamos llamar "clásico", o ruta del peregrino. Desde el punto de vista religioso, resulta sumamente completo (y aconsejable); sociológicamente, cabe traerse ciertas experiencias elementales que no dejan de tener interés, pero que no conviene considerar como definitivas para el conocimiento de una sociedad tan compleja y sumida, ciertamente, en un conflicto interminable.
Estos circuitos, sin embargo, le dejan a uno con las ganas de conocer, si quiera, algo de esa realidad misteriosa, social y políticamente hablando, que es el pueblo palestino. Lo que se ve, o lo que te dejan ver, es claramente insuficiente para formular un juicio; la tentación del simplismo condenatorio de unos o de otros es grande, y raro es el que no deja escapar alguna sandez propia de barra de bar.
Pero a donde nadie va en estos viajes, que yo sepa al menos, y es muy comprensible, es a la célebre Franja de Gaza, baluarte de los palestinos y "cortijo" de los de Hamás, a los que confieso que profeso nula admiración.
Últimamente, se produjo un grave incidente de carácter internacional en el que la contundente intervención del ejército de Israel abortó lo que para ellos era una peligrosa infiltración filo-terrorista disfrazada de ayuda humanitaria, y para los otros, la enésima manifestación de la barbarie judía siempre dispuesta a masacrar a los débiles.
La imagen que se transmite en Europa de la situación en Gaza es la de una población prácticamente en las últimas debido al comportamiento judío que, sin contemplaciones humanitarias, habría convertido a la pobre franja -mínimo respiradero de la dignidad palestina- en un campo de concentración de refugiados.
Pues bien, hoy me encuentro en el ABC un artículo sobre el particular firmado por Bardají al que considero suficiente conocedor de la materia, lo que yo ciertamente no soy. A mí me ha resultado clarificador; por eso, me permito reproducirlo para mis lectores, sospechando que, tal vez, suscite debate, lo cual sería algo muy bueno. Ahí va:

"En su primera visita oficial a Turquía el primer ministro británico ha calificado a Gaza de «campo de prisioneros» a la vez que denunciaba el asalto a la flotilla turca por soldados israelíes de suceso «totalmente inaceptable». No sabemos las motivaciones de Cameron, tal vez acercarse a un emergente mercado energético tras el fiasco de BP en el Golfo, o simplemente resultar complaciente con sus anfitriones de Ankara. Pero está muy equivocado.
Primero, Gaza no es un campo de concentración y si lo fuera sería culpa de sus propios dirigentes,los terroristas de Hamás. Contrariamente a lo que se pinta en los medios gracias a un detallado esfuerzo de propaganda antiisraelí, en Gaza no se está fraguando ninguna crisis humanitaria. Hace unos meses se inauguró una piscina olímpica (aunque con separación estricta de sexos) y la semana pasada se celebró por todo lo alto la apertura del primer centro comercial. Es más, cabe recordarle a David Cameron, que el nivel de vida en Gaza, según las estadísticas de la ONU, es superior al de Turquía.
Segundo, no debe olvidar que Hamás e Israel están en un estado de guerra y no porque Israel lo haya querido, sino porque la organización palestina sigue fiel a su objetivo de borrar del mapa al estado judío.
Cameron tiene el derecho a expresar sus opiniones, pero no a ser discriminatorio con ellas. Así como se critica a Hillary Clinton cuando se «olvida» del Tíbet o de los derechos humanos cuando viaja a China, es más que lícito criticar al dirigente británico cuando juega a criticar a Israel y calla todos los abusos cometidos por el régimen islamizante de Erdogan. Desde las invasiones de Irak para castigar a los kurdos, a la represión de la oposición, pasando por armar una flotilla cuyo objetivo era generar un enfrentamiento. Para representar un país que tanto ha recurrido al bloqueo naval, desde las guerras contra Napoleón hasta la de las Malvinas, Cameron tiene una memoria muy selectiva".

domingo, 25 de julio de 2010

Hablar con Dios ante el Muro

Estaba hace pocos días en la plaza -llamémosla así- que desemboca en el Muro de las Lamentaciones (o de los Lamentos) al que yo, sin embargo, preferiría llamar de la oración desenfrenada o desbocada pero siempre esperanzada; compulsiva y aparentemente espasmódica, pero siempre entregada a ese largo plazo de un Dios que juega a manifestarse y esconderse en la Historia de los hombres.
Estaba allí y me disponía a avanzar unos pasos para unirme respetuosamente a cuantos en ese momento se dirigían al Silencio esencial, el de verdad, el único que puede hablar perforando la contundencia de una piedra-muro milenaria y lo hace desconcertando a propios y extraños.
Estaba allí, alegre y emocionado...y me contaron un chiste: un relato divertido e inocente que logra expresar en pocas palabras y con calidad "pictórica" lo que tendemos a decir envuelto en palabras graves, con ínfulas de filósofos de la historia.
Disfrutadlo:

"Acudió el presidente de Israel Simon Peres a visitar a su homónimo estadounidense Obama en su residencia de la Casa Blanca. Tras un rato de conversación, el presidente judío pidió al americano que le permitiera usar su teléfono especial porque quería hablar con Dios. Obama accedió encantado y Peres pudo hablar reservadamente con Dios durante unos cuantos minutos.
Al terminar la conferencia, un educadísimo Peres preguntó a Obama:
-Dígame, Presidente, cuál es el coste de mi llamada porque no me parece bien cargarlo a las arcas de EE.UU. menos en tiempos de crisis.
Obama, un tanto azarado, respondió:
-Bien, amigo Simon, el precio de la conferencia es de mil dolares.
El presidente israelí pagó religiosamente su conferencia y prosiguió con normalidad su visita de estado.
Meses después, el presidente Obama devolvió la visita a Peres. En un momento dado, y ante la sorpresa de su anfitrión, le pidió, como éste hiciera en Washington, el teléfono especial porque también él quería hablar con Dios desde Jerusalem.
-Está a su disposición, Mr. Obama, dijo sonriente Simon Peres.
El presidente yanki habló por teléfono durante cerca de una hora. Terminada la comunicación, pidió a Peres que le dijera con sinceridad el importe de la misma, a lo que el israelí respondió:
-Medio dolar, Presidente.
-¿Cómo es posible? ¡He estado hablando con Dios casi una hora! No entiendo que sea tan barato.
Sin perder la calma, Peres le replicó:
-No olvides una cosa Barack: desde aquí, es llamada local".

Efectivamente, en Jerusalem, y más concretamente frente al muro, hablar con Dios se sustancia con tarifa super-reducida: como una llamada local.


viernes, 23 de julio de 2010

Jerusalem, siempre Jerusalem

Llegues a la hora que llegues, entres por la puerta o el rincón que más convenga; aun si lo haces rendido de cansancio, o con el ánimo a ras de suelo, la entrada en Jerusalem imprime carácter. Algo se pega para siempre a la retina de unos ojos atónitos ante tanta belleza inesperada y gratuita; algo empieza a merodear por el espíritu, como queriendo pulsar resortes existentes pero tal vez entumecidos...
Sí, Jerusalem, la ciudad tres y mil veces santa, provoca en el visitante -sobre todo, en el visitante primerizo- una especie de "efecto-abducción" que traslada al visitante a los confines de lo sagrado, incluso cuando "eso sagrado" parece tan distante como irreal.
A nadie puede extrañar que la Ciudad de la Paz haya sido y siga siendo ciudad de la discordia; el amor posesivo -humano, demasiado humano- no ha llegado todavía a aceptar, y ni siquiera a comprender, que sólo desde el desprendimiento y la generosidad, será posible un día recuperar a quien es, sin duda, objeto de un amor loco, como posesión no egoísta al servicio de la humanidad toda, como símbolo supremo de la victoria sobre la dualidad separadora, es decir, "dia-bólica".
Una cosa tengo clara: si mis circunstancias vitales me lo permitieran, cada año rendiría visita a este prodigio de ciudad, capaz como ninguna de evocar el sueño de Dios sobre la humanidad, sin enmascararlo en idilios o mitologías que le pudieran privar de esa mundanidad variopinta y fascinante que permite comprender aquello de que entre los pucheros anda Dios.
Se entiende perfectamente el saludo tan entrañable de los judíos de la diáspora: "el año que viene en Jerusalem". Pues lo hago mío desde ahora mismo, y, por si acaso, empiezo ya a ahorrar.

martes, 20 de julio de 2010

No somos máquinas

Reconozco que me cuesta volver a arrancar. Como en cualquier otra actividad, en esto de la escritura, la pérdida de ritmo condiciona no poco la buena marcha del "producto" final.
Lo mejor de esta sencilla y hasta vulgar constatación es que nos hace conscientes de que no somos máquinas. En efecto, recién vuelto de un viaje a Tierra Santa al que me referiré más de una vez en próximas entradas, mi ordenador obedeció sin rechistar a la orden que le dí de ponerse en marcha cuando apreté el botón correspondiente. Yo no tengo botones, ni "dueños" que quisieran apretarlos.
¡Qué interesante sería que aplicáramos siempre esta elemental experiencia de cada día al ámbito del comportamiento propio y ajeno, del crecimiento personal, y muy especialmente al complejo mundo de la educación! No; no somos máquinas.
Nos cuesta "re-iniciar" la marcha; perdemos el hilo de nuestra peripecia vital con un simple parón en nuestra rutina de cada día. Nos influyen las condiciones atmosféricas a las que convertimos en enorme coartada de nuestra pereza: por ejemplo, el calor que aquí me sirve de justificación para un dulce no hacer nada, no me impedía hace a penas dos semanas callejear por la ciudad vieja de Jerusalem, acercarme al Mar Muerto, entrar y salir de ciudades y pueblos agobiados por un termómetro inmisericorde.
Sólo se me ocurre una receta: paciencia; paciencia con uno mismo y, sobre todo, con los demás. Pero siempre unida a la perseverancia, al entrenamiento, a la secreta disciplina que con frecuencia sugiere "agere contra", es decir, hacerse violencia, esforzarse..., en una palabra, aceptar la condición humana que nos configura y nos dignifica.
Pensaba haber re-comenzado el blog con una evocación de mi viaje a Jerusalem y, sin embargo, se me ha impuesto una meditación para explicarme, y explicar a mis posibles lectores, el por qué de mi pereza. Pues ya está: no somos máquinas...gracias a Dios.

sábado, 3 de julio de 2010

Modelo de diálogo eclesial "desde arriba"

Una de las acusaciones que con mayor frecuencia hacen los llamados o conocidos como "cristianos de base" a los dirigentes de la Iglesia, es decir, a los obispos, es su escasa capacidad de diálogo. Estos pastores, según la acusación, estarían enfeudados en su pequeño mundo y serían incapaces de escuchar la voz de la sociedad real, representada por corrientes culturales discrepantes habitualmente del pensamiento oficial católico, o por católicos críticos seriamente preocupados por el escaso espíritu evangélico de la jerarquía, etc., etc.
Esta forma de pensar se materializa no pocas veces en escritos colectivos firmados por grupos e individuos que dicen representar a otros muchos creyentes desencantados ante las posiciones claramente reaccionarias de la inmensa mayoría de los dirigentes. La verdad es que este tipo de manifiestos tiene una repercusión más bien escasa, a no ser que cuenten con el altavoz de esos medios de comunicación para los que cualquier ataque a la Iglesia es siempre bienvenido diga lo que diga, y se trate de lo que se trate.
Más preocupantes, y de mayor calado, son las declaraciones fuertemente críticas salidas de la pluma de algunos teólogos que no se muerden la lengua al hacer sus diagnósticos sobre los males del catolicismo contemporáneo, señalar sus causas (casi siempre personalizadas en los obispos), y sugerir los tratamientos adecuados.
Pues bien, hace unos días, el arzobispo de Tanger, que es un franciscano de apellido Agrelo, ha desmentido esa acusación de falta de diálogo, y ha respondido, de una tacada, a tres ilustres críticos, González Faus, Masiá y Díez Alegría, con una reflexión verdaderamente admirable y exenta de cualquier agresividad, al tiempo que llena de auténtico espíritu cristiano, eclesial y franciscano. No me resisto a compartirla, y a pesar de su longitud la publico íntegra, sin que haga falta decir que me identifico plenamente con su contenido.

"Lo dijo mi admirado José Ignacio González Faus: "La Iglesia nombra hoy a sus obispos en contra del evangelio". Por su parte, Juan Masiá, también jesuita, declaró en una entrevista: "La Iglesia tiene miedo a la mujer, a la ciencia, a los periodistas, a la modernidad, a la sexualidad".

Y a José María Díaz Alegría, hombre que quiso ser de Dios y de los pobres, un amigo suyo le atribuye las inequívocas palabras de este juicio: "Pienso que la Iglesia católica en su conjunto ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es lo que Jesús quiso, sino lo que han querido a lo largo de la historia los poderosos del mundo".

No seré yo quien contradiga ni a quienes admiro, ni a quienes apenas conozco. Sus razones tendrán para pensar lo que piensan y decir lo que dicen; y a ellos toca asumir la responsabilidad de los juicios que pronuncian.

He de decirles, sin embargo, como quien confiesa una debilidad, que sus juicios sobre la Iglesia me hieren y me duelen, pues cada vez que ellos dicen Iglesia y la envuelven en los paños del miedo al mundo y de la traición a Jesús y al evangelio, yo veo la comunidad humilde que me acogió para bautizarme, la que me acompañó el día de la unción con el Espíritu, la que me preparó para la comunión eucarística, la que hizo una fiesta de cantos, luces y flores el día de mi ordenación sacerdotal; la comunidad con la que tantas veces he orado por hermanos que nos habían dejado, la comunidad con la que celebro cada domingo a Cristo resucitado.

Cada vez que alguien dice Iglesia, yo veo un sacramento que significa y realiza la unión íntima con Dios y la unidad de todo el género humano. Cada vez que alguien dice Iglesia, yo veo el pueblo que ha sido unido «por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

En la Iglesia que conozco, asamblea de hombres y mujeres que Dios ha llamado, no veo "a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena fama; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, se lo escogió Dios: lo que no existe, para anular a lo que existe, de modo que ningún mortal pueda engallarse ante Dios".

No sé si esta Iglesia a la que pertenezco es una comunidad de cobardes y traidores; sólo sé que existe porque Dios la ama, y que Cristo, no otros redentores, es para ella sabiduría, honradez, consagración y liberación.

Decididamente, vuestros juicios sobre la Iglesia me hieren y me duelen, pues, aunque su rostro se vea desfigurado por pecados míos y vuestros, sobre ese rostro resplandece siempre la luz de Cristo que lo ilumina con su justicia y su santidad".

jueves, 1 de julio de 2010

Curia Romana: sigue la reforma al estilo "benedictino"

Entre ayer y hoy se han producido en la Curia Romana una serie de cambios fruto de otros tantos nombramientos del Papa. Es evidente que la Curia -que no es la Iglesia ni lo más importante de ella-tiene una considerable importancia para que los católicos seamos "bien gobernados". Este lenguaje suele crear estupor en algunos puristas que parecen creer que la Iglesia es un ente etéreo, espiritual y casi extraterrestre que debería estar por encima de las bajezas que suponen los cargos y los nombramientos.
Curiosamente, voy viendo que esta visión tan poco realista y, en definitiva, tan angelista o angelical, la suelen compartir católicos de izquierda y de derecha, por utilizar el lenguaje al uso. Es verdad que luego, a la hora de la verdad, ambas tendencias extremas suelen estar obsesionadas por el acontecer de los nombramientos en cualquier nivel de la vida eclesial. Curiosa contradicción.
Pues bien, efectivamente los nombramientos de altos cargos acontecidos ayer y hoy son de extrema importancia. Me fijaré en el que va a ser nuevo responsables de las relaciones ecuménicas y con el judaísmo, Mons. Kurt Koch que llega a su nueva responsabilidad desde la diócesis de Basel (Suiza) donde ha sido obispo durante quince años más o menos.
Ya se han puesto en guardia contra él los inmovilistas sugiriendo antecedentes "progresistas" en el recién nombrado. Por lo visto, se refieren a que Mons. Koch en su día se mostró elogioso con el teólogo Hans Küng; ahora bien, tengo la impresión de que estos mismos se consuelan diciendo que el susodicho "parece" haber derivado a posiciones más conservadoras. De manera que, como vemos, el discurso de estos señores alcanza cotas de profundidad que nada tienen que envidiar a la de sus colegas del extremo contrario: para ambas tendencias la iglesia se divide en progres y carcas, siendo los buenos unos y los malos otros, dependiendo naturalmente de la respectiva alineación.
El obispo Koch ha realizado ya algunas declaraciones en una línea que me ha gustado mucho por ir al fondo de los asuntos y por dejar claro que esto del ecumenismo y de las relaciones con el judaísmo no es un juego coyuntural, un entretenimiento, o un brindis para la galería, sino un quehacer que nace de la entraña misma de la Iglesia; una consecuencia práctica, diríamos, operativa de lo que es su esencia.
Ofrezco algún pequeño apunte que he podido encontrar; no hace falta que diga que estoy plenamente de acuerdo con lo que afirma Koch. Aprecio especialmente de sus palabras el diagnóstico que hace sobre las intenciones últimas de BXVI que, de ser correcto, definiría mucho mejor que las simplezas de unos y otros la verdadera orientación de fondo de este pontificado:

“La acusación de que el Papa Benedicto quiere volver atrás respecto al Concilio Vaticano II está hoy difundida entre el público, por ignorancia o por una consciente intención de algunos teólogos que deberían saber cuál es la verdadera realidad, pero dicen en voz alta lo contrario. Estas acusaciones son una grave equivocación”. El obispo suizo explicó que el Papa no quiere de ninguna manera volver hacia atrás sino que busca hacer avanzar a la Iglesia en profundidad: no se trata de reformas individuales sino de que el centro de la fe y de la Iglesia pueda salir a la luz. El Pontífice “impulsa una nueva «reformatio» de la Iglesia desde dentro” y “esta preocupación del Papa debería ser también la de todos nosotros”.