viernes, 30 de julio de 2010
Israel y Gaza: ¿buenos y malos?
domingo, 25 de julio de 2010
Hablar con Dios ante el Muro
viernes, 23 de julio de 2010
Jerusalem, siempre Jerusalem
martes, 20 de julio de 2010
No somos máquinas
sábado, 3 de julio de 2010
Modelo de diálogo eclesial "desde arriba"
Y a José María Díaz Alegría, hombre que quiso ser de Dios y de los pobres, un amigo suyo le atribuye las inequívocas palabras de este juicio: "Pienso que la Iglesia católica en su conjunto ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es lo que Jesús quiso, sino lo que han querido a lo largo de la historia los poderosos del mundo".
No seré yo quien contradiga ni a quienes admiro, ni a quienes apenas conozco. Sus razones tendrán para pensar lo que piensan y decir lo que dicen; y a ellos toca asumir la responsabilidad de los juicios que pronuncian.
He de decirles, sin embargo, como quien confiesa una debilidad, que sus juicios sobre la Iglesia me hieren y me duelen, pues cada vez que ellos dicen Iglesia y la envuelven en los paños del miedo al mundo y de la traición a Jesús y al evangelio, yo veo la comunidad humilde que me acogió para bautizarme, la que me acompañó el día de la unción con el Espíritu, la que me preparó para la comunión eucarística, la que hizo una fiesta de cantos, luces y flores el día de mi ordenación sacerdotal; la comunidad con la que tantas veces he orado por hermanos que nos habían dejado, la comunidad con la que celebro cada domingo a Cristo resucitado.
Cada vez que alguien dice Iglesia, yo veo un sacramento que significa y realiza la unión íntima con Dios y la unidad de todo el género humano. Cada vez que alguien dice Iglesia, yo veo el pueblo que ha sido unido «por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
En la Iglesia que conozco, asamblea de hombres y mujeres que Dios ha llamado, no veo "a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena fama; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, se lo escogió Dios: lo que no existe, para anular a lo que existe, de modo que ningún mortal pueda engallarse ante Dios".
No sé si esta Iglesia a la que pertenezco es una comunidad de cobardes y traidores; sólo sé que existe porque Dios la ama, y que Cristo, no otros redentores, es para ella sabiduría, honradez, consagración y liberación.
Decididamente, vuestros juicios sobre la Iglesia me hieren y me duelen, pues, aunque su rostro se vea desfigurado por pecados míos y vuestros, sobre ese rostro resplandece siempre la luz de Cristo que lo ilumina con su justicia y su santidad".