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martes, 21 de diciembre de 2010

El endiosamiento de los necios

Por si no fuera suficiente con los interminables seis años de una gestión política catastrófica que en un macabro "crescendo" nos ha ido llevando al borde del abismo integral, ahora el presidente Rodríguez Zapatero se dispone a obsequiarnos con la incógnita o el misterio de su decisión sobre su propio futuro.
Por lo visto, ha confiado a sus fans que ya ha tomado una decisión de la que ha hecho partícipes en exclusiva a su esposa (curiosa concesión a la familia tradicional), y a un militante del partido, al que indudablemente debe considerar como una versión -por supuesto ultra-laica- del discípulo amado del evangelio de san Juan (con mil perdones para ese inconmensurable evangelio y para su autor, dizque llamado Juan).
Cuando en los tiempos de la dictadura de los cuarenta años soñábamos con el advenimiento de la democracia, nos imaginábamos que los dirigentes políticos de esa nueva era se caracterizarían, entre otras cosas, por no parecerse en nada a los que entonces padecíamos, sobre todo en una cosa: en la carencia de ínfulas, y en la normalidad democrática en su relación con la ostentación y el ejercicio del poder.
Pensábamos, en nuestra ingenuidad, que llegada por fin la libertad, los políticos aceptarían de buen grado una relación no-sacral con el poder, lo que les haría abandonarlo con toda naturalidad, bien como consecuencia de una derrota electoral, bien como decisión propia basada en razones personales más o menos acertadas y/o convincentes.
ZP acaba de desmentir estas apreciaciones, y nos ha sacado -como ya hicieron otros, es verdad- de ese romántico sueño.
Ahora tendremos que soportar ríos de tinta dedicados a hacer todo tipo de cábalas sobre la decisión del señor de los talantes; entraremos todos a su trapo. Es una pena.
Por mi parte, prometo aliviar cualquier brote de ansiedad que me pueda sobrevenir, con la repetición silenciosa y perseverante de este mantra: "que se vaya, que se vaya de una p. vez". Y es que confieso que soy un monoteísta convencido: ¿dioses y diosecillos? No, gracias. Sólo los necios terminan creyéndose que han alcanzado la divinidad, por lo que no es infrecuente que acaben queriéndose quitar de encima al Dios verdadero. Como dice el salmista:"Piensa el necio en su interior: 'no hay Dios'. Pues eso.

La obsesión de Benedicto XVI por lo esencial

Todos los años por estas fechas los papas tienen la costumbre de mantener un encuentro con la Curia para intercambiar la felicitación de Navidad. En el "marco incomparable" (según el gracioso tópico redaccional) de una de las solemnes salas vaticanas, o, incluso, de la Sixistina, el Papa dirige un discurso a los miembros del pleno de su equipo de gobierno en el que pasa revista a los principales acontecimientos del año a punto de terminar, deslizando casi siempre consideraciones de fondo que no pasan desapercibidas a los informadores.
Por ejemplo, el año 2005, en la que fue su primera felicitación navideña, BXVI, aprovechó esta circunstancia para pronunciar un discurso absolutamente fundamental para comprender una de las lineas de fondo de su comprensión de la Iglesia contemporánea heredera de un concilio, el Vaticano II, de cuya interpretación sigue dependiendo todo el desarrollo teórico y práctico (pastoral) de la iglesia católica en el presente siglo. De obligada lectura y re-lectura...
Ayer, el papa compareció una vez más ante su curia y les felicitó esta Navidad brindándoles unas consideraciones de fondo que me han vuelto a impresionar porque ponen de relieve el verdadero perfil de este hombre, tantas veces distorsionado por muchos medios de comunicación que siguen sin querer -o, más probablemente, sin poder- entender su profundidad espiritual y sus puntos de referencia básicos.
En este discurso al que me refiero, vuelve a poner de manifiesto la magnitud de la herida que ha infligido a todo el cuerpo eclesial el asunto de la pederastia. Leyendo sus consideraciones, se capta perfectamente que BXVI no hace teatro o da lectura a un guión escrito por algún funcionario cuando asume y reconoce abrumado hasta qué punto ha quedado ensuciada toda la iglesia y comprometido su testimonio por el "pecado" de algunos sus miembros más cualificados.
He subrayado deliberadamente la palabra pecado porque es precisamente el nivel religioso o teológico que esta palabra evoca el que permite al papa-teólogo situar correctamente su meditación. Una meditación que quiere siempre ir a lo esencial: Dios y la relación del hombre con su misterio.
Precisamente por situarse en ese nivel de profundidad, los diagnósticos y las "soluciones" que Ratzinger sugiere rebasan con creces las superficiales proclamas de los que exigen simplemente sanciones ejemplares (nunca excluidas, desde luego, de acuerdo con las leyes), o reformas estructurales de las que dependería la solución de un problema moral que es -reconozcámoslo- algo más que un problema: un enigma, un misterio; el mysterium iniquitatis que nos remite inexorablemente a la pregunta por el ocultamiento de Dios en nuestra sociedad, y previamente a ello, por las condiciones sociales y filosóficas que lo hacen posible o, tal vez incluso, para muchos, hasta deseable.
He querido destacar este aspecto de la última reflexión navideña del Papa, porque creo que nos permite captar una vez más hasta qué punto este hombre tiene la "obsesión" de lo esencial, con lo que, día tras día, le está diciendo a la iglesia a la que él sirve, de qué debe realmente preocuparse si quiere ser, como afirmó el Vaticano II, una iglesia "reformata et semper reformanda", es decir: reformada y siempre en estado de reforma a la luz del evangelio. ¿Será por eso por lo que el papa Ratzinger gusta tan poco, e incluso irrita, a los maestros del simplismo y a los visionarios de las "revoluciones pendientes"?

viernes, 26 de noviembre de 2010

Peter Seewald: el servicio impagable de un gran periodista

He empezado a leer el libro-entrevista al papa BXVI debido al trabajo del periodista alemán Peter Seewald. El libro estuvo en las librerías el miércoles, y como tenía que comprar un recambio en El Corte Inglés, aproveché esa hora en teoría menos agobiada de las 4 p.m. para adquirirlo en la librería. Según me dijo el vendedor, me llevaba el último. Buena señal. Es de desear que tenga éxito; gusten o no las respuestas del papa, al menos una cosa es cierta: no dice ni una tontería. Dadas las circunstancias que padecemos, esto es una bendición del cielo.
Quiero comentar algo del periodista Seewald del que nadie se acuerda estos días en la prensa, muy ocupados los comentaristas en dar vueltas y vueltas a una frase sobre el preservativo que, a su indocto parecer, sería lo más importante de las doscientas y pico páginas del libro, y constituiría una auténtica revolución. Ambas apreciaciones son, en mi opinión, rotundamente falsas, pero parece que tendremos que aceptar que en la era de las comunicaciones nuestro sino tenga que ser el no podernos fiar de los comunicadores profesionales.
Seewald ha manifestado su desolación por lo que acabo de decir, y no es para menos. Se comprende que para un periodista de largo recorrido como es él (ha trabajado en el Spiegel, el Bild, y el Süddeutschen Zeitung, y este de ahora es el tercer libro-entrevista con Ratzinger), contemplar cómo sus colegas de profesión se entregan a un ejercicio de reduccionismo frívolo y facilón, debe ser una fuente de tristeza y hasta desánimo profesional.
Me ha llamado la atención conocer de su biografía el detalle significativo de su pasado izquierdista (marxista, como es natural) y de su salida de la Iglesia a la que abandonó por razones ideológicas por los años 68. Posteriormente recuperaría la fe y descubriría, según propia confesión, que los ideales de su juventud se realizaban mil veces mejor dentro del cristianismo; está convencido, a este respecto, de que la radicalidad del evangelio y la calidad de sus respuestas dejan en una posición prácticamente irrelevante las pretensiones revolucionarias de esas funestas ideologías que tanto daño han hecho a la humanidad y que todavía colean ofreciendo más de lo mismo, aunque ahora con un mayor disimulo. Estoy de acuerdo con su apreciación.
Confiesa que su decisión de entrevistar, ahora al papa, antes al cardenal Ratzinger, nace de la necesidad, por una parte, de reivindicar su figura intelectual y religiosa burdamente caricaturizada por unos medios de comunicación sumidos en el tópico y la ignorancia religiosa, y por otra, de ponerse al habla y escuchar a un pensador, que además es pastor de la iglesia católica, y de cuyo pensamiento, siempre expresado con humildad y afabilidad, emana una luminosidad que resulta reconfortante en medio de la espesa niebla que está envolviendo a nuestro occidente.
En Ratzinger, pues, antes y después de ser papa, ha buscado ayuda para responder a esas grandes preguntas que siguen en pie por más que nuestra sociedad se empeñe en que permanezcan aparcadas sobre todo en el mundo de la juventud: ¿a dónde va nuestro mundo? ¿qué podemos esperar? ¿cómo hacer posible que la oferta de la sabiduría cristiana llegue a nuestros hermanos y conciudadanos?
En el papa, asegura, siempre ha encontrado no sólo a un gran intelectual, sino a un verdadero maestro espiritual que jamás ha eludido o "censurado" una sola pregunta de las planteadas con total libertad por él.
Reconoce, sin embargo, que la visión del mundo y de la historia de BXVI es más optimista que la suya. El papa es un hombre que, sin perder un ápice de la lucidez y el espíritu crítico propios de su talla intelectual, vive sumergido en las aguas de la esperanza cristiana; una esperanza que habría que decir parafraseando a san Pablo, es locura para unos y necedad para otros.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Papa, los integristas y Bibiana Aído

Me está divirtiendo enormemente estos días leer las reacciones, entre estupefactas y contenidamente irritadas, de esos bloggeros integristas que día tras día condenan sin piedad a los que ellos consideran desviacionistas de la ortodoxia doctrinal, supremamente representada por el Papa, y que ahora, cuando han leído u oído la noticia de unas afirmaciones de BXVI llenas de cordura, y de coherencia doctrinal con la auténtica posición católica sobre el preservativo y la sexualidad, llegan a insinuar, cuando no afirmar, que el Papa hubiera estado más guapo calladito.
Y es que creo que este es el sino de todos los fundamentalismos: u optan por la violencia cuando ven resquebrajarse el edificio doctrinal que han construido como refugio -más bien, bunker- y única salida, piensan, que podría lograr restablecer el imperio de la (su) verdad, o entran en estado de cisma, abierto o encriptado, justificándolo como necesaria reacción a la deserción doctrinal de los otros (aunque el desertor llegue a ser, como en este caso, el mismísimo Papa).
Tengo para mí que cualquier integrismo doctrinal, por más que muchos crean lo contrario, está en los antípodas del verdadero catolicismo. Éste es siempre abierto, comprensivo por misericordioso, universal, y por tanto, abierto y receptivo de la verdad venga de donde venga.
Es cierto que en la historia ha habido episodios más o menos prologados en los que posiciones integristas se han hecho fuertes y han dado la impresión de que esa cerrazón pertenecía a la esencia de la cosmovisión católica. El paso del tiempo, sin embargo, ha terminado siempre poniendo de relieve que lo genuino es lo contrario, y que el cerrilismo doctrinal -casi siempre revestido de fidelidad- no es sino una herejía contra la que hay que vacunarse porque tiene capacidad de contagio, y contra la que también hay que luchar sin descanso.
Pero déjenme que les diga que todavía mucho más que la reacción integrista a que me he referido, me ha divertido, llegando casi a provocarme un ataque de risa, la lectura de una noticia que daba cuenta de la "aprobación con matices" que brindaba a la mencionada posición del Papa, ese dechado de inteligencia y cultura, verdadero faro para la mujer de nuestros días, candidata al nobel de genética y embriología, llamada, como ya habrán ustedes adivinado, Bibiana Aído.
Sin minimizar la enorme gravedad de la crisis económica, sigo pensando que el absoluto crack cultural y espiritual que supone para un país soportar -sin rechistar y riéndoles las gracias- en puestos de la máxima responsabilidad a personajes como Bibiana, resulta, a la larga, de consecuencias mucho más graves.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Ecos de una visita. Perplejidades varias

Algunos amigos me han preguntado estos días si no pensaba dedicar por lo menos una entrada a comentar la visita del Papa. Yo mismo también me lo he preguntado y hasta este momento, como se ve, no me he decidido a tocar el tema. Ahora -"a balón pasado", como suele decirse- voy a referirme a algún aspecto, más o menos colateral, relacionado con esa visita.
He sufrido auténtica vergüenza ajena viendo el tratamiento informativo del evento desarrollado por determinados medios; más estupor me han causado algunos comentarios producidos "dentro de casa" a los que podríamos calificar de "fuego amigo" (bastante más fuego que amigo, desde luego). Destaca, entre ellos, la indignación realmente histérica de algunas católicas cualificadas (léase monjas, aunque no sólo) ante la desafortunada, por parcial, puesta en escena litúrgica de las religiosas que prepararon el altar en la celebración de la Sagrada Familia. Es este un asunto menor -relativamente menor- que demuestra a las claras el escaso cuidado de los organizadores que podrían haber evitado una imagen ciertamente poco edificante -insisto: por parcial- sencillamente haciendo que acompañaran a las religiosas que sirvieron al altar, por ejemplo, dos diáconos (varones), lo que hubiera evitado esa sensación visual de una iglesia que relega a la mujer al puesto de piadosa "fregatriz".
Mucho más graves me han parecido algunos comentarios sobre las palabras del Papa en el avión al referirse al clima anti-católico que se percibe hoy en España y que puede recordar al de los años 30. Lo que me sorprende y escandaliza de esos comentarios "amigos" es ver cómo interiorizan, supongo que sin darse cuenta, el discurso de nuestros auténticos adversarios haciendo exactamente lo que hacen ellos: sacar punta a un comentario poco feliz en la formulación pero irrefutable en el fondo.
Item más: si católicos altamente cualificados no tienen empacho en insinuar que la Iglesia en general y los obispos españoles en particular pretenden imponer a toda la sociedad su propia moral, no nos debe extrañar que a los pocos días el presidente Zapatero se descuelgue con unos alaridos, impropios de un animal racional tanto en el fondo como en la forma, preguntándose si no será que el Papa quiere legislar en España, para responderse, con vociferación aún más histérica, y arropado por los aplausos de un auditorio claramente analfabeto, que no; que aquí no manda el Papa, que quien manda es el Parlamento. Pues muy bien; ¿y cuándo ha sido de otra forma, ilustrísimo charlatán de mítines?
Repito: no me extraña lo que dice Zapatero; sí me deja atónito que lo den por bueno católicos con criterios habitualmente ponderados. Y más me extraña todavía que ese discurso grotesco -grotesco pero eficaz, como se ve- de ZP no tenga una respuesta contundente por parte de algún dirigente eclesial. Hay polémicas en las que es inevitable entrar por más que nos hastíen. De lo contrario, siempre, o casi siempre, vencerá la falacia revestida de democracia y libertad en estado puro.
Una excepción a esta ausencia de respuesta a la que me acabo de referir, ha sido un párrafo del artículo publicado ayer en La Razón por el cardenal Cañizares. Lo reproduzco como colofón de este largo post. Contundente, educado, suficientemente profundo y carente de agresividad. ¿Para cuándo un portavoz de la Iglesia con estas características? Es una urgencia inaplazable.

"La Iglesia no legisla en la sociedad; para eso están quienes tienen esta responsabilidad. Pero ofrece, no impone, lo que hará posible que las legislaciones no sean contrarias al hombre, sino en su favor siempre, y por eso lo que ofrece es garantía de convivencia, de fraternidad y de libertad segura y verdadera para el hombre. Ni el Papa, ni la Iglesia propugnan una sociedad confesional o sometida a sus dictados. Pero no se le puede negar el deber, y por tanto el derecho a afirmar a Dios, con todas sus consecuencias, con la certeza y garantía de que así sirve al hombre y afirma al hombre y le ofrece los fundamentos más radicales de fidelidad a su grandeza y dignidad de la persona humana, sobre la que se fundamenta el bien común, sin el que no habrá legislaciones justas y portadoras de paz y futuro".

lunes, 1 de noviembre de 2010

Bienvenidas y "malvenidas"

Con ocasión de la visita del Papa a Inglaterra, algunos ciudadanos de aquel país poco o nada simpatizantes de Joseph Ratzinger, hicieron notar públicamente su desagrado por la presencia en sus calles de tan -para ellos- nefasto personaje. Creo que hasta alquilaron los laterales de algunos autobuses para propagar su hostilidad. Estaban en su derecho, naturalmente. Que luego fracasaran quedándose más solos que la una es harina de otro costal (interesante costal, por cierto).
Como entre nosotros la originalidad no es precisamente la virtud o cualidad más sobresaliente, en Cataluña se han puesto en marcha una serie de grupos autodenominados laicos o laicistas -a los que curiosamente apoyan algunos católicos de lucidez más que mejorable- que andan propagando a diestro y siniestro anuncios y carteles de "malvenida" al Papa que visitará Barcelona dentro de unos días. Creo que en Galicia también se han gastado algunos el dinero en parecida publicidad. Todos ellos están en su derecho. Veremos a ver qué eco real tienen.
He encontrado ayer en ABC el suelto que reproduzco a continuación. Sólo puedo decir que lo comparto al cien por cien, y que, comparado con la propaganda de los oponentes, no tiene color. Juzguen mis lectores sobre el particular. Les deseo que lo disfruten tanto o más de lo que yo lo he hecho:

"Gregorio Luri, un navarro de letras y pensamiento que vive en Cataluña, ha dejado caer en su blog una oración laica, «Yo sí te espero», de bienvenida al Papa, que dice así:

«Yo sí te espero... por una simple cuestión de ecología cultural. Y por cada una de las iglesias de cada uno de los municipios catalanes y sus torres que anuncian los pueblos desde lejos. Y porque los que protestan contra ti lo hacen en nombre de la virtud bíblica de la probidad. Y por todos los cristianos anónimos que conozco y que hacen bien sin mirar a quién. Porque fui bautizado. Por esa iglesia de la calle Pere IV que tiene en la puerta la pintada “Alá es grande” sin que pase nada. Por las Bienaventuranzas, por el “Cántico espiritual”, por “Las Florecillas”... Y porque en las iglesias vacías aún es posible intuir el infinito. Por el Padre Nuestro. Por la santificación del pan y el vino. Y porque es mejor saber en lo que se cree que creer sin saber en qué. Por el “Noli me tangere” y todas y cada una de sus representaciones. Por el tañido de las campanas y cada uno de sus sones. Por la ermita de la montaña. Porque Él dijo que dos cristianos reunidos en Su nombre siempre son tres. Por la Virgen de mi pueblo. Por la fe de mis padres, que a veces me resulta inaprensible. Por un niño recién nacido en un pesebre. Por un Dios que teme a la muerte, y duda. Por todas las miserias de la Iglesia y sus pecados. Y por toda la gente sencilla que está esperando para verte.»

Muchos lectores se unen a su oración, y la completan: «Por la música sacra de Bach...» «Por el Réquiem de Mozart, por el Dies Irae del Réquiem de Verdi, por la catedral de Burgos, por la mitad de lo que es el mundo occidental...». En su viaje a Francia por septiembre de 2008, todo el mundo se hizo lenguas «del grado de pleitesía que a Benedicto XVI le han procurado los intelectuales y los filósofos franceses», con quienes disertó en París sobre la diferencia entre la «teología monástica» y la «teología escolástica», y muchos, como escribió Jean-Marie Colombani, ex director de «Le Monde», «fueron incapaces de seguirle». Francia sigue siendo el país de las condecoraciones y de los intelectuales, cuya admiración por el Papa (al fin y al cabo, «uno de los nuestros») es la admiración por el hombre que pasa por ser el último guardián de la cultura de Occidente, resumida en su discurso, pronunciado en 1992, al ingresar en la Académie des Ciences Morales y Politiques de France, sucediendo a Sajarov: «La Libertad, la Justicia y el Bien»."

domingo, 24 de octubre de 2010

Falsas y perniciosas nostalgias

Hace unos días, leí una información que me resultó curiosa por lo inesperada y me dejó perplejo y algo molesto. Se decía en ella que se había presentado un nuevo escudo papal en el que volvía a aparecer, encima de las llaves cruzadas, la célebre e histórica tiara sustituyendo a la más modesta pero no menos histórica mitra.
La tiara, como es sabido, es una triple corona que se convirtió en signo del poder supremo de los papas; por su parte, la mitra es el "sombrero" típico de los obispos que los identifica ante sus comunidades como pastores principales o eminentes.
A nadie se le escapa que volver a la tiara en el escudo del pontífice romano sugiere, de primeras, una posible voluntad de recuperación de signos y símbolos que el Concilio Vaticano II consideró desfasados con relación a la sensibilidad contemporánea, e inadecuados por cuanto casan mal con la necesaria sencillez y falta de boato que deben manifestar los pastores de la Iglesia en consonancia con un elemental espíritu evangélico. De ahí mi perplejidad y casi desasosiego al leer la noticia.
Afortunadamente me concedí una moratoria antes de comentarla negativamente, y si me animo a hacerlo hoy es porque he encontrado un comentario al respecto de mi amigo Antonio Pelayo en el que, con la maestría que le caracteriza, informa certeramente del asunto poniendo las cosas en su sitio, y avanza un poco más comentando con libertad y, lamentablemente, exactitud, algunos datos que parecerían confirmar efectivamente una cierta vuelta al boato y al gusto por el oropel en ámbitos eclesiales (o mejor: vaticanos o curiales en general) que estarían, al parecer, fomentando la nostalgia de un modelo eclesial, no ya poco evangélico, sino lo que es casi peor, pasado de moda, anacrónico, y pastoralmente contraproducente.
Reproduzco la magnífica columna de A. Pelayo publicada en el último número de la revista Vida Nueva.

"No han tenido mucho tiempo para regodearse los que en el fondo se alegraban de queBenedicto XVI hubiese recuperado la tiara (“imperial, autoritaria” según los críticos) en su escudo papal en vez de la mitra (“menos opulenta”, en opinión de los exegetas de heráldica vaticana). Fuentes autorizadas han aclarado que el escudo papal sigue como está y, de hecho, volvimos a verlo igual que siempre el domingo en la Plaza de San Pedro durante las canonizaciones. “Nada ha cambiado”, se nos ha dicho, y el tapete con el nuevo escudo regalado al Papa fue utilizado “una tantum”.

Es una noticia para alegrarse no tanto por la frustrada recuperación de la tiara, sino por el mantenimiento de una cierta sobriedad en las liturgias y protocolos vaticanos. Desde hace algún tiempo hemos asistido a un rebrote de puntillas, encajes, pedrería fina, etc. que parece escasamente concorde con la sencillez que debe rodear al Sucesor de Pedro, que no debe tampoco entenderse como una fingida pobreza, porque no es incompatible con la dignidad que debe revestir.

Fuera de la liturgia, y en lo que podríamos llamar “vida civil” de la Curia romana, resulta evidente que se han aflojado los criterios posconciliares de llevar un ritmo de vida sobrio y austero. No hay más que ver el parque automovilístico de algunos cardenales y monseñores para comprender que estamos muy lejos del Fiat 127 que Monseñor Benelli impuso al personal que trabajaba el servicio del Papa.

Sin fariseísmos, me parece razonable llamar la atención sobre lo que puede constituir piedra de escándalo, sobre todo en tiempos de crisis".

viernes, 15 de octubre de 2010

Las voces que hay que escuchar; la resistencia que hay que practicar

En medio de un revuelo político-mediático-social como el que estamos viviendo estos días, cuyo escaparate más llamativo ha sido, sin duda, el estallido de indignación ciudadana que, aunque no inédito ni mucho menos, ha sorprendido por su intensidad y, para algunos, "desenfreno", me encuentro nada más abrir el ordenador con un artículo -también (justamente) enfurecido- de Damian Ruiz en elmanifiesto.com que quiero compartir, extractado, con los lectores de este humilde blog, porque, a mi juicio, pone el dedo en una llaga que hasta ahora muchos no querían ver, y que les está haciendo salir de su "sueño dogmático", lamentablemente demasiado tarde.
Esa cierta incomodidad que se siente ante diatribas como ésta, creo que puede ser curativa si no nos quita la esperanza, y nos estimula a seguir practicando una "resistencia", activa o pasiva, a la espera de una regeneración o rehabilitación tan dolorosa como imprescindible; sin miedos, sin complejos, con la seguridad del cirujano que utiliza decidido el bisturí, o del rehabilitador que fuerza sin misericordia la extremidad entumecida para lograr que vuelva a ser útil.
Hoy celebra la Iglesia a santa Teresa de Ávila, mujer recia donde las haya que habló de tiempos recios y supo afrontarlos sin la blandenguería que algunos le habrían atribuído por su condición de monja.
Hoy los profetas que espabilan al pueblo tal vez no se encuentren -desgraciadamente- en conventos y monasterios; tenemos muchas veces que buscarlos en rincones de diarios y confidenciales, en columnas perdidas entre anuncios y crónicas sociales, en páginas web a lo mejor poco frecuentadas. Pero existir, existen; y siguen denunciando y oponiéndose al peor de los enemigos: la barbarie nihilista con rostro de progreso humanista, el totalitarismo disfrazado de retórica democrática.
Queda escucharlos y tratar de hacerles caso con creativa perseverancia.
Espero que disfruten el extracto:

"La progresía, que no la izquierda defensora de los justos derechos de los trabajadores, nos ha llevado hasta aquí, hasta la ansiedad de los jóvenes, el abandono de los mayores y la desmoralización de grandes capas de la población. Lo que en su día fue un respiro de libertad se ha transformado en la creación de castas parasitarias que viven del dinero público pregonando el estúpido y perverso “buenismo” que ha destrozado las estructuras sociales convirtiendo una sociedad abierta como defendía Karl Popper, y con la que estoy de acuerdo, en un terreno baldío liderado por imbéciles desestructuradores de psiques y facilitadores de la demolición total del espíritu y de la identidad occidental (¿Qué es si no, por ejemplo, la asignatura “Educación para la ciudadanía”?).

Esta gente, que ha sido una especie de metástasis cancerígena para Europa, todavía vive con la sensación de superioridad moral y ética, y se permiten considerarse los árbitros y moduladores de las sociedades equilibradas y justas. Ellos que han llevado a la descomposición familiar, al aumento del consumo de drogas, a la desamortización de la idea de pertenencia y al nihilismo narcisista a una gran parte de la población, que han arruinado a pequeñas y medianas empresas en pos de sus despilfarros clientelistas, ellos son los que diferencian el bien del mal y los que se atribuyen el criterio sobre lo que es correcto y lo que no.

Es evidente que la mayoría no queremos una vuelta atrás en determinadas libertades ni vivir bajo el dominio asfixiante de ningún dogma religioso llevado al extremo, no solo eso, sino que deseamos que nos dejen en paz en nuestras vidas personales para que las podamos dirigir a nuestra cuenta y riesgo. Pero sí que queremos una sociedad institucionalmente ordenada, propia, fuerte y con políticos al servicio de los ciudadanos y no de sus personales demagogias ni de sus miles de cortesanos. Y además, queremos una sociedad que respete nuestros valores, nuestra historia y nuestra identidad."

lunes, 4 de octubre de 2010

Un editorial vaticano que acierte en el fondo y sobre todo en la forma

El Centro Televisivo Vaticano produce un semanario llamado "Octava Dies" en el que el otro día su director, el padre Federico Lombardi , ofreció en forma de editorial, aunque redactado en primera persona, un alegato contra la pena de muerte que me ha gustado especialmente por su claridad, concisión, y sobriedad; cualidades estas que, a decir verdad, no siempre adornan el lenguaje de los comunicados y documentos producidos en el entorno del Vaticano, y que, desde luego, brillan por su ausencia en los que nos vienen habitualmente de nuestro episcopado.
El padre Federico Lombardi, nombrado por BXVI para dirigir todo el aparato informativo de la Santa Sede en sustitución de Navarro Valls, es un jesuita cuyo porte exterior no desmerece en absoluto de la imagen clásica del hijo de San Ignacio de toda la vida: sólido, intelectualmente elegante, sobrio, con el brillo imprescindible para no resultar vulgar, y la dosis correcta de astucia, acompañado todo ello de una preparación de fondo que desarma o, al menos, alerta al posible adversario.
No se si el balance de su gestión de estos años de pontificado merece una evaluación positiva desde el punto de vista de los profesionales de la materia, pero confieso que a mi me gusta su estilo, y su preparación me aporta tranquilidad.
Pues aquí tienen ese pronunciamiento -suyo en la forma, pero indudablemente de instancias "superiores" en el fondo- sobre la pena de muerte. Me extrañaría mucho, y siento decirlo, que se hiciera eco de él cualquier medio de comunicación de nuestros pagos.

"(La pena de muerte) no la quiero ni en China, ni en Irán, ni en los Estados Unidos, ni en India, ni en Indonesia, ni en Arabia Saudí, ni en ninguna parte del mundo".

"No la quiero por lapidación ni por fusilamiento, ni por decapitación, ni mediante la horca, la silla eléctrica, ni por inyección letal. No la quiero dolorosa o sin dolor. No la quiero en público, ni en secreto".

"No la quiero para las mujeres, ni para los hombres; no para los minusválidos, ni para los sanos. No la quiero para los civiles, ni para los militares; no la quiero ni en paz, ni en guerra. No la quiero para quien puede ser inocente, pero tampoco la quiero para los reos confesos.No la quiero para los homosexuales. No la quiero para las adúlteras. No la quiero para nadie".

"No la quiero ni siquiera para los asesinos, para los mafiosos, para los traidores y para los tiranos. No la quiero por venganza, ni para liberarnos de prisioneros incómodos o costosos, y ni siquiera por presunta misericordia".

"Porque busco una justicia más grande. Y es bueno caminar por este camino para afirmar cada vez más, a favor de todos, la dignidad de la persona y de la vida humana, de la cual no somos nosotros quienes disponemos".

Como dice el Catecismo de la Iglesia católica citando a Juan Pablo II, hoy para los estados, los casos en los que pudiera ser absolutamente necesario suprimir al reo "son prácticamente inexistentes".

Por ello: "Hagamos que sean inexistentes. Es mejor".



domingo, 3 de octubre de 2010

Algunas sorpresas que dan que pensar

No es la primera vez -y sospecho que no será la última- que comparto con los lectores de este modesto blog una información que encuentro en la página "La Iglesia en la prensa".
En esta ocasión he encontrado allí algo que me ha llenado de alegría.
Por lo que nos dice su blogger JM. Contreras, se ha estrenado en Francia una película sobre la peripecia de siete monjes trapenses que fueron brutalmente asesinados en Argelia a manos de fundamentalistas en 1996.
Ya es llamativo que alguien haya tenido el valor de adentrarse en el tema y llevarlo a la pantalla "con la que está cayendo" en Europa en muchas de cuyas sociedades altamente sofisticadas en lo que a planteamientos laicistas se refiere, cualquier referencia a temas relacionados con la religión en general y con el cristianismo en particular, provoca erupciones alérgicas que resulta preferible evitar preventivamente.
Pero mucho más espectacular todavía resulta que, una vez producida y presentada (por lo visto, nada menos que en Cannes, eso me ha parecido entender), la película haya cosechado -y siga haciéndolo- un éxito que deja boquiabiertos a los responsables de Le Monde, los cuales, por lo visto, no son capaces de explicarse el éxito creciente del film que terminan atribuyendo a una movilización de los católicos que estarían cerrando filas en torno a "su causa", tratando de rescatarla de la inevitable extinción a la que está sometida, se supone que por imperativo de la Historia.
He aquí la información. Después haré un pequeño comentario a modo de apostilla:

LA SORPRESA DE “LE MONDE”

"El diario francés Le Monde muestra una gran sorpresa al constatar el triunfo de taquilla de una película que trata de siete monjes franceses. No le falta razón al diario parisino, pues en “Des hommes et des dieux”, de Xavier Beauvois, no revientan helicópteros ni se incendian gasolineras… Es una película lenta, con pausas, narrada en forma sencilla, sobre los siete monjes asesinados en Algeria en 1996. No se trata de la historia de la tragedia, sino de una reflexión sobre las razones que les llevaron a permanecer en el monasterio a pesar de las amenazas.
El diario informa de que la película fue distribuida en 256 cines de Francia. En la primera semana ocupó el primer puesto en el box office (468 mil espectadores), por encima de “Salt” o “Inception”. Visto el éxito, en la segunda semana los cines fueron 424 (y los espectadores 481 mil). Hoy los cines que ofrecen el film son 464. Aumentar tres veces el número de cines no es normal para una película de este tipo. Las perspectivas son muy alentadoras: después de haber triunfado en Cannes, el film será un buen candidato a los premios “Cesar” franceses y representará a Francia en los Oscar.
Pero ya se sabe que el éxito de crítica (Cannes) no garantiza el éxito de público. En este caso, parece que la clave está siendo –según Le Monde- el “público católico”, que va poco al cine pero que se está movilizando en este caso. En opinión de un eclesiástico citado por el periódico, “la película plantea preguntas críticas sobre el sentido de la vida, la fraternidad, las relaciones con el Islam. Creyentes y no creyentes se sienten interpelados por un film que tiene diversos niveles de lectura”.

Pues bien, mi apostilla iría en esta dirección: creo que es posible ver, sin cerrar los ojos a la necesaria objetividad, una serie de indicios que apuntarían en la misma dirección: el cacareado laicismo de nuestras sociedades, que autoridades y medios de comunicación esgrimen dando por supuesto su profundo y extenso calado, tal vez deba reducirse a dimensiones mucho más modestas.

Resulta que todo el Reino Unido que, según los voceros inapelables de la información, iba a dispensar al Papa de Roma una acogida gélida, ha terminado reconociendo en el octogenario pontífice a un huésped amable, sencillo, y, sobre todo, portador de un mensaje profundo y capaz de plantear interrogantes nada banales y más que útiles para el desarrollo y felicidad de una sociedad problemática...

Resulta que una película como El Gran Silencio que narra durante dos horas la vida de una cartuja, y en la que no se pronuncia una sola palabra, alcanza un éxito descomunal allá donde se proyecta.

Resulta (ahora) que esta otra película de temática netamente religiosa y filosófica corre una suerte parecida...

Resulta que la gente "normal" con la que uno se encuentra en el trato diario, no parece manifestar habitualmente excesiva hostilidad hacia lo religioso, lo que no impide, naturalmente, que practique un sano espíritu crítico frente a tantas y tantas imperfecciones de las personas representativas de las instituciones religiosas, y frente a defectos estructurales de las mismas...

Empiezo a preguntarme ante indicadores como los que acabo de sugerir: ¿no estaremos ante una auténtica inflación mediática que deforma al alza datos reales de laicismo social, dirimiendo sin apelación, unilateral y sumarísimamente, un conflicto mucho más complejo que lo que sus crónicas y presentaciones sugieren?

Creo que preguntas críticas como ésta empiezan a ser más que pertinentes. Sería muy triste que los creyentes volviéramos, una vez más, a morder como pardillos el anzuelo de camelos revestidos de dogmatismo sociológico.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Un buen día para reanudar el blog

Llevo bastantes días con este modesto blog abandonado. A veces, escribir con regularidad resulta más difícil de lo que uno se imagina cuando emprende una iniciativa de este tipo. Es verdad que ese vicio o pecado capital -la pereza, o, si se prefiere, su versión algo light, la desgana- tiene un protagonismo indudable como factor causante, que resulta difícil de ocultar o, por lo menos, disimular; pero valga como descargo, decir que algunos menesteres inesperados se han aliado con la mencionada galvana y han dado como resultado este paréntesis que ahora lamento e intento explicaros y explicarme derramando unas cuantas -pocas- lágrimas (de cocodrilo...).
¿Y qué mejor día para romper la inacción que hoy, "dia D y hora H" en que este sufrido pais ha sido convocado a una huelga general sin pies ni cabeza, por unos mal llamados agentes y peor denominados sociales que, sin ningún tipo de escrúpulo, sin el más mínimo asomo de responsabilidad, quieren salir del armario de sus indecentes y crónicas vagancias para hacernos creer que están muy preocupados por la ciudadanía a la que se ofrecen como redentores?
Necesitamos nuevos profetas que vociferen sin miedo y zarandeen sin piedad a esta sociedad nuestra que disfruta cada día de su dosis de narcóticos bellamente envasados y se muestra incapaz de constituirse en "contra", incluso cuando una cuadrilla de incompetentes le ofrecen un lamentable placebo haciéndole creer que es la eficaz medicina que necesita.
En realidad, esos profetas los tenemos; están cada día en periódicos y emisoras, en cadenas de TV y, sobre todo, en la Red. Es cuestión de aprender a identificarlos correctamente para poder distinguirlos sin equívocos de los falsos profetas que, hoy como ayer, frecuentan los mismos foros, y hablan aparentemente el mismo lenguaje; algo les distingue, como ha pasado toda la vida: están a sueldo. Pues eso: "cherchez le patron".

domingo, 12 de septiembre de 2010

Más sobre los previos polémicos del viaje del Papa al Reino Unido

Me complace completar lo que escribí en el post anterior, con esta información que leo en el blog "La Iglesia en la prensa" del que ya me he hecho eco en alguna otra ocasión, y cuyas informaciones, siempre solventes y exquisitamente equilibradas, ayudan a situar correctamente el acontecer de la Iglesia en toda su universalidad, es decir, sin reducir "provincianamente" el horizonte de su andadura a batallitas entre tendencias ideológicas internas, como lamentablemente suele ser la tónica de los tratamientos mediáticos entre nosotros.

El Papa en Gran Bretaña: la protesta pierde gas (¿o nunca lo tuvo?)

A pesar del éxito de los grupos antagonistas para crear la sensación de que la opinión pública británica se opone al próximo viaje del Papa, parece que la impresión predominante es precisamente la contraria. No lo digo yo, sino que lo leo en The Church Mouse, un blog poco “papista”, pues está relacionado con la Iglesia anglicana (no queremos ser los “cheerleaders” del Papa, afirman, pero nos vemos obligados a señalar lo absurdo cuando lo vemos).

Según el relato del blog, los sondeos (Escocia yThe Tablet) no muestran en absoluto ese presunto “coro de protesta”. Así, las múltiples manifestaciones públicas anunciadas se están reduciendo drásticamente por falta de apoyo. Parece que habrá solo una, en Londres. Los promotores de la protesta no han conseguido involucrar a otros grupos, de modo que la lista de "supporters" se limita a un solo filón, las asociaciones relacionadas con la “National Secular Society” y la “British Humanist Association”. Tampoco cuajó la polémica a propósito de otro de los temas esgrimidos: el coste del viaje, que los opositores elevaron arbitrariamente a 100 millones de esterlinas, en vez de los 10-12 millones reales (de los que la Iglesia cubrirá una parte).

Da la impresión de que tampoco fue muy brillante la imagen de tolerancia que los promotores de la protesta ofrecieron durante un debate público sobre el viaje (foto). Según relatan el Catholic Herald y el blog Claz Coms, no faltaron los pitidos y abucheos, hasta el punto de que la propia revista New Humanist se pregunta si tal agresividad es la estrategia adecuada. Austen Ivereigh, de Catholic Voices, que fue uno de los que habló, subrayó después que a pesar de que nadie escuchaba era importante presentar y argumentar serenamente la razones de los católicos.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Inteligente y envidiable iniciativa

Alguna noticia había tenido de ello hace algunas semanas, pero ayer en La-Croix me encontré con un reportaje algo más amplio que me dio que pensar. Me refiero a una curiosa -e inteligente- iniciativa que ha tenido un grupo de católicos ingleses que ha puesto en marcha un programa de preparación intensiva de una serie de personas de ambos sexos -católicos todos, como es lógico- para hacer frente con "profesionalidad" y categoría a la desmedida (y, sobre todo, histérica) campaña de "descalificación preventiva" del Papa Benedicto en los previos a su visita al Reino Unido.
En efecto, una serie de grupos de campeones del respeto y la tolerancia, vienen uniendo sus fuerzas (con la inestimable ayuda de algunos católicos muy "concienciados") desde hace semanas para hacer saber a quien corresponda (es decir, a todo el mundo), mediante la utilización, sobre todo, de los medios de comunicación, que la visita de Benedicto XVI a su país constituye algo así como una deleznable provocación ante la que no cabe quedar indiferentes.
Una de las intoxicaciones que trascendió, por ejemplo, fue la eficaz insinuación (léase, la calumnia) de que la asistencia a los actos -incluídas las misas- sería previo pago del ticket correspondiente. Sin podérmelo creer, reconozco que yo mismo piqué ese anzuelo y manifesté mi estupor ante lo que me parecía un despropósito. Pero era mentira: una mentira más de estos grupos que reivindican a diario la sinceridad y transparencia como base de unas "ilustradas" relaciones sociales.
Pues bien, ese grupo de católicos al que me he referido, ha creído, con total acierto, que en una sociedad democrática todos los grupos -más si no son mayoritarios- tienen derecho a intervenir en la vida pública y a defenderse en caso de ser atacados, como es el caso de los católicos en esta circunstancia concreta.
Para ello han puesto en marcha un casting exigente en el que han seleccionado a una veintena de católicos de ambos sexos a los que han preparado rigurosamente para que respondan desde la solidez doctrinal y la competencia mediática a unos acusadores que hasta ahora campaban por sus respetos sin otra oposición que las bienentencionadas, pero casi siempre torpes o insuficientes, réplicas de "aficionados" -casi siempre clérigos- incapaces de estar a la altura profesional exigida para ser eficaces.
Bajo el título de "Catholic voices", ahí tenemos, pues, a unos católicos que sin arrogancia y con notable competencia y preparación saltan a la palestra para ejercer uno de los derechos democráticos por excelencia: el derecho de réplica. Sin complejos, pero insisto: con preparación y competencia; nada de aficionados de buena voluntad.
He aquí una nueva forma de apologética de la que nadie con las ideas mínimamente claras tendría por que avergonzarse porque hacer apologética, en palabras del gran maestro Paul Tillich, no es otra cosa que responder: responder desde las propias convicciones; un intento, diríamos, de obedecer al requerimiento del Nuevo Testamento: dar razón de la esperanza que nos anima.
Confieso que leyendo esta información he sentido envidia. Entre nosotros, no existe nada de esto que yo sepa, y lo que se ofrece con cierta similitud adolece de algunos vicios de raíz: un sectarismo de base que se pone inevitablemente a la altura de aquellos a quienes se intenta "responder": apologética barata cuando no infantil y muchas veces histérica.
La Iglesia no puede ni debe estar muda en la era de las comunicaciones. Pero si quiere hablar, debe hacerlo asumiendo la responsabilidad de una preparación exquisita que acabe para siempre con un amateurismo todavía más dañino que el siempre ominoso silencio.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El "caso Galileo" y la ignorancia histórica de muchos

En el panorama un tanto desértico que, como cada año, brinda la información este mes de agosto, me encuentro con la noticia de que va celebrarse un congreso internacional sobre la Sábana Santa en Lima. Este año ha sido importante para la reliquia de Turín porque durante cerca de un mes se produjo su ostensión en la catedral de la capital turinesa acompañada de numerosos encuentros científicos sobre el particular.
Pero no voy a dedicar este post a la SS. Resulta que leyendo la noticia de ese congreso limeño, me topo con una entrevista a Manuel Carreira, un jesuita que, además de religioso, es un notable científico y buen divulgador de temas relacionados con las relaciones entre la ciencia y la fe. Por lo visto, va a participar en el mencionado congreso, por lo que un diario de la capital peruana le hace una entrevista no muy amplia sobre estos temas.
En ella, me he encontrado con su respuesta a una pregunta sobre el "caso Galileo" que me parece digna de archivarse por su nítida claridad al sustanciar la verdadera realidad y el auténtico alcance del archimanido "caso". No estaría mal que se la aprendieran de memoria todos los que se muestran complacientes (desde la ignorancia, claro) frente a las tópicas acusaciones contra la Iglesia basadas en una lectura distorsionada de los hechos históricos y no saben hacer buena "apología", no ya de la Iglesia, sino más sencillamente, de la verdad.
Me ha parecido que puede interesar a mis lectores. Ahí va:

"–El caso de Galileo se lo enrostran a la Iglesia cuando quiere aproximarse al mundo científico. ¿Qué opina de este caso?

Galileo era creyente, no pasó un minuto en la cárcel, nadie le tocó un pelo ni lo excomulgó y murió profesando su fe, asistido por una hija religiosa, y con bendición papal. En su época no había realmente física ni pruebas de que la Tierra se moviese (la prueba experimental se anunció en 1838). Sus supuestas pruebas eran inválidas, y otros astrónomos se las negaron.

Su idea correcta era que la Biblia no enseña ciencia y quería que los teólogos cambiasen la interpretación del texto según su teoría. Los teólogos se equivocaban en pensar que la Biblia enseña astronomía, pero estaban en lo correcto en decir que mientras no hubiese pruebas, Galileo debía presentar sus ideas como teoría y no pedirles cambios de opinión. En ambos casos, se excedía el campo propio para ir al ajeno. Nosotros, hemos aprendido esa lección y debe haber mutuo respeto".

domingo, 22 de agosto de 2010

La edad de la primera comunión (y 4)

Hora es ya de terminar con este tema que curiosamente, y a pesar de haber saltado en plena época vacacional, en la que a todos medio nos resbalan casi todas las cuestiones que encierran alguna problemática, ha suscitado bastante interés mediático.
El argumento de fondo en contra de esta "sondeada" (por el cardenal Cañizares y luego por el mismo Benedicto) modificación de la edad de la primera comunión adelantándola todavía más de lo que está, es de carácter teológico. Quiero decir: según entandamos lo que es un sacramento, así procederemos a la hora de fijar el mejor momento vital para su realización. Esto es de especial aplicación en el caso de los llamados sacramentos de iniciación que, como se sabe, son el bautismo, la confirmación y la eucaristía.
Si consideramos que en el sacramento lo que tiene que primar es su carácter de signo de la cercanía de Dios a una existencia concreta, entonces seremos proclives a preconizar una relativización del momento de su celebración, ya que la respuesta en fe del hombre agraciado por esa presencia de Dios en el signo sacramental, resultará algo claramente secundario. Es el caso del bautismo de niños, caso extremo en el que curiosamente la Iglesia ha aceptado que la fe del niño que celebra el sacramento -fe que es un elemento absolutamente indispensable- sólo aparezca en la persona de sus padres y padrinos que se la prestan hasta que él pueda hacerla suya consciente y libremente más adelante.
A esta luz, parece evidente -y así lo ha practicado la Iglesia hasta hace poco tiempo (hablo de occidente)- que el niño bautizado, sin consciencia del sacramento que celebraron "por él", debe ser ayudado para que en esa edad del discernimiento (hoy, en torno a los ocho años) ratifique su bautismo mediante el signo correspondiente que es la confirmación.
A partir de ese momento, se abre un recorrido algo más largo de progresiva maduración que deberá desembocar, tras varios años de oportuna catequesis, en la celebración de la eucaristía (en torno a los doce años -si no se optara por diferirlo hasta la mayoría edad propiamente dicha-pero siempre antes de entrar en la adolescencia, período lleno de turbulencias poco propicio para compromisos de ningún tipo).
La eucaristía, entonces, aparece como lo que es: un signo (=sacramento) de la presencia de Dios en la vida de una existencia que YA es capaz de responder con una fe razonablemente madura, y de hacerse cargo de que pertenece a un pueblo "especial" que se alimenta de ese pan bajado del cielo sin el que no es posible caminar por este mundo cuya dificultad ya va percibiendo. No se anula así en absoluto el carácter gratuito de esa presencia de Dios, pero sí se equilibra dando paso al otro elemento indispensable que es la respuesta en fe del hombre.
La propuesta de adelanto de la edad de la primera comunión no parece tener en cuenta esta reflexión que es el abc de la teología sacramental, pretendiendo situar a este sacramento, que es la culminación de la iniciación cristiana, mucho ante de que esa personalización en la fe de la gracia de Dios sea mínimamente posible.
Si a todo esto añadimos los datos de la sociología, de la psicología evolutiva, y de la simple observación de la realidad, veremos por qué ese intento de adelantamiento aparece como escasamente convincente, además de contradictorio con lo que viene siendo la práctica pastoral desde hace casi medio siglo, una práctica poco exitosa, ciertamente, pero no a causa de la edad, sino de otros muchos factores que hay que conocer bien y asumir con lucidez y valentía renunciando a nostalgias de un pasado que, nos guste o no, parece que no va a volver.

martes, 17 de agosto de 2010

Elogio apasionado de Europa

Definitivamente, el mes de agosto imprime un ritmo vital mucho más lento y sosegado que los demás meses del año. Aunque no estoy de vacaciones, experimento esa especie de pereza veraniega que hace, entre otras cosas, que descuide el ritmo de este modesto blog.
Tengo pendiente concluir la reflexión sobre la edad de la primera comunión de los niños, lo que pensaba hacer hoy, pero me he desayunado con la lectura de un artículo de Damián Ruiz en El Manifiesto (elmanifiesto.com) que me ha gustado mucho y pienso que reproducirlo aquí puede ser un buen servicio a los lectores, además de un contrapunto temático al asunto más "casero" de la primera comunión. Ni que decir tiene que comparto con el autor todo lo que dice; es más me parece que podría ser una excelente "catequesis" para muchos de nuestros jóvenes seriamente amenazados por un provincianismo, cunado no papanatismo, cultural extremadamente peligroso.

"Soy un nacionalista europeo, sin ambigüedades, sin fisuras, un demócrata social-conservador que cree en esa nación de naciones que, a pesar o gracias a su turbulenta historia, se constituye con todo su esplendor como faro del mundo. Siento pasión por estas tierras, por sus gentes, por la diversa pluralidad de manifestaciones de una misma cultura. Cultura que nace en Grecia y que arraiga en el judeocristianismo y que ahora mismo está en peligro de derrumbe.

A mis cuarenta y cinco años creo haber recorrido buena parte de este continente, desde el norte de Escocia a los Países Bálticos, pasando por Portugal, Centroeuropa, el sur de Italia, Polonia, con su maravillosa y fascinante Gdansk, y por supuesto sus grandes capitales: Londres, Madrid, Roma, Berlín y mi adorado París. Un buen amigo que nació y reside allí, me preguntó una vez que siendo tanto mi fervor por esta ciudad por qué no me trasladaba a vivir ahí. Y mi respuesta, aparte de porque profesionalmente no puedo, fue decirle que ese París, el mío, está hecho de una mezcla de realidad y de idealización que de hacerlo cotidiano podría esfumarse, algo a lo que no quiero renunciar. París debería ser para los occidentales de cualquier parte del mundo lo que la Meca para los musulmanes, un lugar de peregrinación obligado al menos una vez en la vida.

Pero los occidentales no solamente ya no valoramos “lo nuestro”, sino que cada vez estamos más vulgarizados, banalizados, degradados ética y estéticamente, debilitados por esa neurosis colectiva que nos han inoculado los adalides del pensamiento débil, atomizados en un individualismo insolidario y egotista, ausentes de nuestra historia, de nuestra apasionante y espléndida historia, viviendo en la insustancialidad y ansiosos porque ocurran cosas… ¿qué?... no importa… que pase algo para llenar el tiempo.

Acabo de llegar de un breve periplo junto a mi esposa por Irlanda, y aparte del agotador trabajo de turista, de libre albedrío pero turista al fin y al cabo, he sentido algunos de sus paisajes, escuchado alguna de sus músicas y palpado algo de su espíritu, y he dormido en el mismo pabellón del Trinity College en el que se alojó Bram Stoker, el creador de Drácula, en una habitación sobria y austera, cercana a la casa de Oscar Wilde. Puede que haya a quien esto no le diga nada, pero para mí cualquier nombre de nuestra cultura que haya hecho alguna aportación elevada al imaginario colectivo merece tanto respeto que, aunque no se encuentre entre mis preferencias personales, hace que sienta una cierta devoción por el regalo ofrecido.

Pero también he visto, como en cualquier ciudad europea, como en mi misma Barcelona natal, ese batiburrillo de McDonalds, Kebabs, Subways, etc., que uniformizan el paisaje urbano, que configuran una clase obrera consumista de bajo perfil sin sentido de su ser, de su lugar como columna de las naciones y como sector reivindicativo y reformista de las sociedades prósperas. Echo en falta esa izquierda social digna, alejada de la babosa progresía, que lucha por las mejoras laborales y culturales de los trabajadores y por su cultivo como seres humanos enraizados en sus sentimientos de pertenencia. Pero la izquierda ya no cumplirá esa función: su decadencia, su impostura, su traición histórica -salvo honrosas excepciones-, es tan absoluta que solo sirven al deterioro de todo el colectivo y especialmente de los más débiles. Solo naciones con alto sentido de su significado histórico y con un fuerte sentimiento paternal hacia sus “hijos” (a diferencia del “maternalismo” sobreprotector de los Estados “corruptibles” del bienestar contemporáneo) pueden devolver la dignidad a los diferentes sectores sociales.

Y es que cada vez veo más jóvenes en la pobreza, y miren, no sé si es porque no tengo hijos, pero es el sector social que, personalmente, más afecta mi sensibilidad. Los he visto en Dublín, los veo en Barcelona, en cualquier ciudad de nuestro continente… Veinteañeros pidiendo en la calle o buscando en los contenedores, o como ya expliqué en un anterior artículo, esperando al cierre de los supermercados para que les den los excedentes del día.

Y ahora cierro el artículo: no se puede amar una tierra, una nación, un continente, ni admirar su naturaleza, sus instituciones o su cultura, sin amar a sus gentes, y especialmente sin cuidar de sus viejos y de sus jóvenes. Por eso hay que desenmascarar a toda esta plaga que se esconde en el progresismo para diluir nuestras esencias y para, desde la utopía social y la frivolidad de sus intereses personales pequeño burgueses, dejar en la marginación a los más débiles y a aquellos que tienen la edad que les permitiría desarrollar la fuerza y la energía para aportar lo mejor de ellos a la sociedad.

Siempre he pensado que el bipartidismo democrático, al estilo británico, es el mejor sistema político existente, y yo personalmente no pienso subirme a ningún otro carro de esos que no se sabe a dónde nos puede llevar, pero las izquierdas y las derechas deben volver a ser dignas, patrióticas y con alto un alto sentido de la responsabilidad y la justicia social. De no ser así estamos vendidos, y ya lo estamos.

Amar a Europa significa, sobre todo, creer que la podemos regenerar".

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sábado, 14 de agosto de 2010

La edad de la primera comunión (3)

Antes de seguir ofreciendo mi opinión sobre este asunto -insisto: nada menor, aunque pueda parecer lo contrario- en respuesta a la posición del cardenal Cañizares, no quiero dejar de aludir a un artículo que se puede encontarr en ABC de hoy sábado firmado por Juan Manuel de Prada precisamente sobre este tema.

"HA levantado gran polvareda un artículo publicado por el cardenal Cañizares en el Osservatore Romano, en el que se atreve a… ¡Oh, cielos! ¿Seré capaz de decirlo? No, no se atreve Cañizares a convocar una guerra santa, ni a identificar al Anticristo, ni siquiera a reclamar la unión entre trono y altar. A lo que se atreve Cañizares es a proponer que sea restablecido el decreto Quam singulari, de San Pío X, en el que se fija la edad de siete años como idónea para recibir el sacramento de la Eucaristía. En las últimas décadas, por influjo de las corrientes modernistas infiltradas en el seno de la propia Iglesia, y con el aplauso y regocijo de quienes anhelan —lobos disfrazados de corderos— su destrucción, se ha introducido el hábito nefasto de retrasar la edad de la Primera Comunión. En su artículo, Cañizares apunta incluso que las actuales circunstancias familiares y sociales, tan adversas para la inocencia del niño, antes aconsejarían adelantar esa edad que retrasarla. Y esto, en fin, es lo que ha provocado indignación entre los enemigos de la Iglesia, que se las prometían muy felices, después de haber logrado vaciar de significado la Eucaristía, siempre —por supuesto— con el apoyo de los inefables «tontos útiles» que confunden la naturaleza de los sacramentos.

Porque los sacramentos no se reciben en reconocimiento de unos méritos personales; son acción de la gracia divina. Y la gracia divina no exige, como demandan ciertos «tontos útiles» a quienes los enemigos de la Iglesia prestan altavoz, «personalización e interiorización de la fe»; esto es jansenismo de la peor calaña, soberbia presuntuosa que pretende convertir el regalo de la Salvación en una suerte de postulación de méritos, como si los sacramentos fuesen oposiciones a un cuerpo administrativo. Y esta infiltración jansenista, que pretende desenraizar la fe de su fuente y aislarla de su medio natural (fe que viene de lo alto, fe que se encarna y realiza comunitariamente), es la que, en efecto, ha triunfado en las últimas décadas, jaleada por los enemigos de la Iglesia, que contemplan jubilosos como las Primeras Comuniones se han convertido en mascaradas en las que, si acaso, el único que conserva la fe (una fe originaria y primaveral, pura en la plena acepción de la palabra) es el niño que recibe a Cristo bajo las especies de pan y vino. Para que ese niño participe también de la mascarada conviene que se retrase la edad de la Comunión, conviene que el niño esté suficientemente corrompido por el clima ambiental, conviene que haya recibido sus buenas clases de «educación sexual» en la escuela, conviene que haya asimilado toda la alfalfa progre que se le inocula a través de la tele, conviene que haya comprobado cómo sus papás viven amancebados tan ricamente y apostatan de la fe de sus mayores. Conviene, en fin, que el niño acuda al sacramento con la inocencia hecha unos zorros, con la fe reducida a escombros o siquiera esclerotizada y rutinizada, y a ser posible con un condón en el bolsillo de la chaqueta de marinerito.

Porque, claro, cuanto más pequeño sea el niño más posibilidades hay —¡menudo escándalo!— de que comulgue creyendo en la naturaleza del sacramento, creyendo que de verdad Cristo viene a vivificar su fe para siempre. Y esto es lo que los enemigos de la Iglesia pretenden evitar a toda costa, con la ayuda de los tontos útiles que han introducido el microbio jansenista en el seno de la Iglesia. Qué grande eres, Cañizares".

No hace falta que diga y que subraye que discrepo profundamente de la opinión del ilustre escritor y comentarista que, a mi juicio, en este caso desvaría gratuitamente y manifiesta una preocupante ignorancia teológica así como un desconocimiento llamativo de la realidad social y religiosa de España. Particularmente molesto resulta su empeño en descalificar a enemigos inventados por él con los que quiere identificar a muchísimos pastores de la Iglesia que no han hecho en todos estos años del post-concilio otra cosa que tratar de ser fieles a la Iglesia, al evangelio y a la realidad.

viernes, 13 de agosto de 2010

La edad de la primera comunión (2)

Pues sigamos con lo de ayer a propósito de la nueva opinión del cardenal Cañizares sobre la mejor edad para que los niños hagan su primera comunión. He destacado lo de nueva porque efectivamente Cañizares, durante toda su época de profesor y asesor en temas de catequesis y pastoral (es decir, antes de ser obispo) opinaba justamente todo lo contrario.
Sus argumentos de entonces, que eran los de la inmensa mayoría de pensadores y pastores de la etapa post-conciliar, postulaban un progresivo retraso de la edad de la primera comunión a la luz de la cambiante situación sociológica que afectaba, sobre todo, a las familias, de una comprensión más honda y madura de la naturaleza del sacramento, y de la realidad psico-cultural de los niños. Veamos.
Guste o no, y con todos los matices que se quiera, la inmensa mayoría de nuestras familias y el ambiente general de nuestra sociedad no es cristiano en el sentido en que sí lo era, por ejemplo, en los años 50: los padres (especialmente las madres) ya no transmiten la fe a sus hijos como lo hacían antaño (hoy lo hacen algo más los abuelos cuando les dejan); no les enseñan a rezar, bien porque ellos(as) mismos no lo hacen, bien porque se han convencido de la peregrina idea -de cuyo inequívocamente progre- de que hacerlo constituiría un atentado a la libertad de sus hijos o les podría producir un trauma. La inmensa mayoría son creyentes pero no practicantes como están cansados de decirnos todos los estudios sociológicos.
Parece bastante claro que este clima familiar de una religiosidad sociológica, en la que el cristianismo es fundamentalmente un elemento cultural y un rescoldo a punto de apagarse de un fuego otrora vivo y contagioso, no favorece el que los niños crezcan con el "sistema operativo" a punto para ser desarrollado después por una catequesis pre y post-sacramental ofrecida a los 7 años o antes.
Para corroborar este apunte, basta oir las quejas, cuando no la auténtica desolación, de tantos curas de parroquias que ve cómo los padres consideran la catequesis de sus hijos como un peaje que deben pagar para poder realizar en su día el rito social de la primera comunión.
¿Acaso el adelantamiento de la fecha podrá remediar algo de esta situación espiritual de los padres y repercutir ventajosamente en una mejor comprensión del sacramento por parte de los niños? Parece más bien que no; se produciría con toda probabilidad una mayor banalización del acto en cuya preparación no se sentirían esos padres obligados a implicarse, al quedarles claro que se trataba de una celebración infantil (algo más importante o vistosa que un cumpleaños) de escasas, o nulas, repercusiones existenciales.
Por hoy, basta. Más en próximas entradas.