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sábado, 15 de enero de 2011

¿Seremos capaces de reaccionar?

Acabo de leer, creo que con un día de retraso, la noticia que transcribo a continuación según la publica Zenit.
No hace falta decir que me ha dejado atónito, aunque, pasado el impacto inicial, he ido cayendo en la cuenta de que mi asombro debería quedar matizado por la acumulación de evidencias que deberían ir haciéndome y haciéndonos comprender que esas voces que hace no tanto nos parecían exageradas, eran en realidad proféticas cuando nos advertían de que en Europa (¿y aún más en España?) teníamos el enemigo en casa, que le habíamos ofrecido la habitación de honor, y que habíamos terminado yendo a la cama con él:

“Gritos de ira contra una Europa que niega sus raícescristianas”, titula Radio Vaticano al hacerse eco de las protestas de diversas personalidades que denuncian “la desaparición de las fiestas cristianas de la agenda realizada por la Comisión Europea destinada a los alumnos de la Unión Europea”.

Radio Vaticano precisa que se han difundido más de tres millones de ejemplares de la agenda, que menciona las fiestas musulmanas, hindúes, sikhs y judías, pero ninguna fiesta cristiana, ni siquiera el 25 de diciembre.

Entre las cartas de queja enviadas al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barrosso, se encuentra la que la parlamentaria francesa Christine Boutin, presidente del Partido cristiano demócrata, le dirigió el 23 de diciembre de 2010.

La ex-ministra se pregunta “cómo se puede pretender instruir a los jóvenes sobre la Unión Europea negando una religión que ha contribuido tanto a su construcción y a su unidad”. “¿Cómo es posible una discriminación así?”, se interroga.

Según Boutin, “esta pequeña agenda es reveladora del nuevo pensamiento que nos mina desde el interior: para ingresar, habría que borrar nuestra historia común y nuestros valores fundacionales”.

También apela “a una gran movilización a través de una petición europea que permita llegar al Parlamento Europeo”.

En Francia, precisa la misma fuente, el ministro encargado de los Asuntos europeos, Laurent Wauquiez, quiso elevar “un grito de ira”.

Esta iniciativa, dijo, “es representativa de una Europa que ya no ama ni se ama”: “Esta Europa niega sus raíces cristianas y coloca un pañuelo púdico sobre lo que ella es -añadió-. Una identidad rechazada es una identidad que se venga”.

|¿Seremos capaces de reaccionar? ¿Llegaremos a tiempo? Lo confieso: la noticia de marras me ha amargado el fin de semana.

martes, 4 de enero de 2011

¡Cuidado con las piquetas!

Acabo de leer en el diario El País un artículo que me ha impresionado, ahora diré por qué.
Sobre mi lectura de este diario quiero decir que sigo siendo lector suyo, pero de una forma muy distinta a como lo fui los primeros años de su andadura. Entonces lo leía con fruición; encontraba en él, además de buena (casi siempre) información, opinión variada y normalmente respetable, o si se prefiere, solvente.
Empezaron a encendérseme las alarmas cuando me dí cuenta de que la información, y, sobre todo, la opinión religiosa, se enquistaba llamativamente adquiriendo tonos cada vez más agudos de descalificación sistemática y agresiva de lo que podríamos llamar "iglesia oficial", en favor de todo lo que supusiera una crítica inmisericorde de los planteamientos de esa oficialidad o dirigencia eclesial. La desinformación en esta materia, además, era con frecuencia más que llamativa. No tardó en aparecer una fobia anti cristiana con tintes muchas veces grotescos.
Poco a poco me fue quedando claro que desgraciadamente esa deriva sectaria no se reducía al terreno religioso-cristiano, sino que alcanzaba a la práctica totalidad de los temas. Dejé de comprarlo; dejé de leerlo.
Cuando llegó la era internet, al darme cuenta de que por el mismo precio podía leer en pantalla cuantos periódicos me pareciera, volví a encontrarme con aquel País que había abandonado hacía años, y volví a reafirmarme en mi impresión sobre su lamentable sectarismo. Ahora bien, para no caer en el mismo error sectario, y como ya no tenía que pagar ningún peaje para leerlo en forma de pesetas o euros, he conservado la costumbre de darle un rápido vistazo buscando, sobre todo, las páginas de opinión, donde muy de vez en cuando, encuentro algo aceptable. Hoy ha sido uno de esos días.
El título del artículo me ha llamado la atención: "¿Cómo pudimos equivocarnos tanto?". El autor: Oscar Tusquets.
Resulta que este señor, del que, lógicamente, no tenía noticia, es un arquitecto catalán, probablemente de calidad y renombre, que dedica el artículo a manifestar su arrepentimiento (profesional, obviamente) por haber descalificado en su día la magna obra de la Sagrada Familia de Gaudí, a la que consideró entonces inviable, uniéndose -así lo insinúa- al coro de los que entonces preconizaron la paralización definitiva de las obras, o, incluso, su demolición.
Tusquets nos dice ahora que cualquiera de esas soluciones, de haberse adoptado, habría sido catastrófica porque nos habría privado de una obra arquitectónica inconmensurable, a la que llega a calificar como el mejor monumento religioso, por lo menos, de los tres últimos siglos.
Todas las consideraciones técnicas y las valoraciones arquitectónicas que va haciendo, son de interés incluso para los profanos, pero lo que a mí más me interesa es lo que podríamos llamar el "lado antropológico" de su reflexión, es decir, el valor y la advertencia que encierra esta confesión arrepentida que se expresa algo patéticamente ya en el título: ¿cómo pudimos equivocarnos tanto?
Como quiera que la declaración proviene de un arquitecto "progresista", que, en su día, consideró la obra de Gaudí como inviable, no me digan que no resulta lógico (o, por lo menos, tentador) hacerse idénticas preguntas sobre otros muchos campos en los que unos criterios apresurados y unas valoraciones desequilibradas dictaminaron en su día la inviabilidad de construcciones señeras, sobre todo, en el terreno educativo, social y político, y sobre las que cayó inexorable la piqueta destructiva en nombre de los nuevos tiempos o de las exigencias del progreso.
Ellas, sin embargo, no tuvieron la suerte del edificio de Gaudí, al que, como nos cuenta Tusquets, salvaron otras mentes clarividentes que, con una visión auténticamente "progresista", es decir, de futuro, tuvieron que arrostrar la crítica implacable de los que entonces estaban a la última. Por tanto (creo yo), ¡mucho ojo con las piquetas en todos los campos de la vida!