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miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Papa, los integristas y Bibiana Aído

Me está divirtiendo enormemente estos días leer las reacciones, entre estupefactas y contenidamente irritadas, de esos bloggeros integristas que día tras día condenan sin piedad a los que ellos consideran desviacionistas de la ortodoxia doctrinal, supremamente representada por el Papa, y que ahora, cuando han leído u oído la noticia de unas afirmaciones de BXVI llenas de cordura, y de coherencia doctrinal con la auténtica posición católica sobre el preservativo y la sexualidad, llegan a insinuar, cuando no afirmar, que el Papa hubiera estado más guapo calladito.
Y es que creo que este es el sino de todos los fundamentalismos: u optan por la violencia cuando ven resquebrajarse el edificio doctrinal que han construido como refugio -más bien, bunker- y única salida, piensan, que podría lograr restablecer el imperio de la (su) verdad, o entran en estado de cisma, abierto o encriptado, justificándolo como necesaria reacción a la deserción doctrinal de los otros (aunque el desertor llegue a ser, como en este caso, el mismísimo Papa).
Tengo para mí que cualquier integrismo doctrinal, por más que muchos crean lo contrario, está en los antípodas del verdadero catolicismo. Éste es siempre abierto, comprensivo por misericordioso, universal, y por tanto, abierto y receptivo de la verdad venga de donde venga.
Es cierto que en la historia ha habido episodios más o menos prologados en los que posiciones integristas se han hecho fuertes y han dado la impresión de que esa cerrazón pertenecía a la esencia de la cosmovisión católica. El paso del tiempo, sin embargo, ha terminado siempre poniendo de relieve que lo genuino es lo contrario, y que el cerrilismo doctrinal -casi siempre revestido de fidelidad- no es sino una herejía contra la que hay que vacunarse porque tiene capacidad de contagio, y contra la que también hay que luchar sin descanso.
Pero déjenme que les diga que todavía mucho más que la reacción integrista a que me he referido, me ha divertido, llegando casi a provocarme un ataque de risa, la lectura de una noticia que daba cuenta de la "aprobación con matices" que brindaba a la mencionada posición del Papa, ese dechado de inteligencia y cultura, verdadero faro para la mujer de nuestros días, candidata al nobel de genética y embriología, llamada, como ya habrán ustedes adivinado, Bibiana Aído.
Sin minimizar la enorme gravedad de la crisis económica, sigo pensando que el absoluto crack cultural y espiritual que supone para un país soportar -sin rechistar y riéndoles las gracias- en puestos de la máxima responsabilidad a personajes como Bibiana, resulta, a la larga, de consecuencias mucho más graves.

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