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viernes, 26 de noviembre de 2010

Peter Seewald: el servicio impagable de un gran periodista

He empezado a leer el libro-entrevista al papa BXVI debido al trabajo del periodista alemán Peter Seewald. El libro estuvo en las librerías el miércoles, y como tenía que comprar un recambio en El Corte Inglés, aproveché esa hora en teoría menos agobiada de las 4 p.m. para adquirirlo en la librería. Según me dijo el vendedor, me llevaba el último. Buena señal. Es de desear que tenga éxito; gusten o no las respuestas del papa, al menos una cosa es cierta: no dice ni una tontería. Dadas las circunstancias que padecemos, esto es una bendición del cielo.
Quiero comentar algo del periodista Seewald del que nadie se acuerda estos días en la prensa, muy ocupados los comentaristas en dar vueltas y vueltas a una frase sobre el preservativo que, a su indocto parecer, sería lo más importante de las doscientas y pico páginas del libro, y constituiría una auténtica revolución. Ambas apreciaciones son, en mi opinión, rotundamente falsas, pero parece que tendremos que aceptar que en la era de las comunicaciones nuestro sino tenga que ser el no podernos fiar de los comunicadores profesionales.
Seewald ha manifestado su desolación por lo que acabo de decir, y no es para menos. Se comprende que para un periodista de largo recorrido como es él (ha trabajado en el Spiegel, el Bild, y el Süddeutschen Zeitung, y este de ahora es el tercer libro-entrevista con Ratzinger), contemplar cómo sus colegas de profesión se entregan a un ejercicio de reduccionismo frívolo y facilón, debe ser una fuente de tristeza y hasta desánimo profesional.
Me ha llamado la atención conocer de su biografía el detalle significativo de su pasado izquierdista (marxista, como es natural) y de su salida de la Iglesia a la que abandonó por razones ideológicas por los años 68. Posteriormente recuperaría la fe y descubriría, según propia confesión, que los ideales de su juventud se realizaban mil veces mejor dentro del cristianismo; está convencido, a este respecto, de que la radicalidad del evangelio y la calidad de sus respuestas dejan en una posición prácticamente irrelevante las pretensiones revolucionarias de esas funestas ideologías que tanto daño han hecho a la humanidad y que todavía colean ofreciendo más de lo mismo, aunque ahora con un mayor disimulo. Estoy de acuerdo con su apreciación.
Confiesa que su decisión de entrevistar, ahora al papa, antes al cardenal Ratzinger, nace de la necesidad, por una parte, de reivindicar su figura intelectual y religiosa burdamente caricaturizada por unos medios de comunicación sumidos en el tópico y la ignorancia religiosa, y por otra, de ponerse al habla y escuchar a un pensador, que además es pastor de la iglesia católica, y de cuyo pensamiento, siempre expresado con humildad y afabilidad, emana una luminosidad que resulta reconfortante en medio de la espesa niebla que está envolviendo a nuestro occidente.
En Ratzinger, pues, antes y después de ser papa, ha buscado ayuda para responder a esas grandes preguntas que siguen en pie por más que nuestra sociedad se empeñe en que permanezcan aparcadas sobre todo en el mundo de la juventud: ¿a dónde va nuestro mundo? ¿qué podemos esperar? ¿cómo hacer posible que la oferta de la sabiduría cristiana llegue a nuestros hermanos y conciudadanos?
En el papa, asegura, siempre ha encontrado no sólo a un gran intelectual, sino a un verdadero maestro espiritual que jamás ha eludido o "censurado" una sola pregunta de las planteadas con total libertad por él.
Reconoce, sin embargo, que la visión del mundo y de la historia de BXVI es más optimista que la suya. El papa es un hombre que, sin perder un ápice de la lucidez y el espíritu crítico propios de su talla intelectual, vive sumergido en las aguas de la esperanza cristiana; una esperanza que habría que decir parafraseando a san Pablo, es locura para unos y necedad para otros.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Papa, los integristas y Bibiana Aído

Me está divirtiendo enormemente estos días leer las reacciones, entre estupefactas y contenidamente irritadas, de esos bloggeros integristas que día tras día condenan sin piedad a los que ellos consideran desviacionistas de la ortodoxia doctrinal, supremamente representada por el Papa, y que ahora, cuando han leído u oído la noticia de unas afirmaciones de BXVI llenas de cordura, y de coherencia doctrinal con la auténtica posición católica sobre el preservativo y la sexualidad, llegan a insinuar, cuando no afirmar, que el Papa hubiera estado más guapo calladito.
Y es que creo que este es el sino de todos los fundamentalismos: u optan por la violencia cuando ven resquebrajarse el edificio doctrinal que han construido como refugio -más bien, bunker- y única salida, piensan, que podría lograr restablecer el imperio de la (su) verdad, o entran en estado de cisma, abierto o encriptado, justificándolo como necesaria reacción a la deserción doctrinal de los otros (aunque el desertor llegue a ser, como en este caso, el mismísimo Papa).
Tengo para mí que cualquier integrismo doctrinal, por más que muchos crean lo contrario, está en los antípodas del verdadero catolicismo. Éste es siempre abierto, comprensivo por misericordioso, universal, y por tanto, abierto y receptivo de la verdad venga de donde venga.
Es cierto que en la historia ha habido episodios más o menos prologados en los que posiciones integristas se han hecho fuertes y han dado la impresión de que esa cerrazón pertenecía a la esencia de la cosmovisión católica. El paso del tiempo, sin embargo, ha terminado siempre poniendo de relieve que lo genuino es lo contrario, y que el cerrilismo doctrinal -casi siempre revestido de fidelidad- no es sino una herejía contra la que hay que vacunarse porque tiene capacidad de contagio, y contra la que también hay que luchar sin descanso.
Pero déjenme que les diga que todavía mucho más que la reacción integrista a que me he referido, me ha divertido, llegando casi a provocarme un ataque de risa, la lectura de una noticia que daba cuenta de la "aprobación con matices" que brindaba a la mencionada posición del Papa, ese dechado de inteligencia y cultura, verdadero faro para la mujer de nuestros días, candidata al nobel de genética y embriología, llamada, como ya habrán ustedes adivinado, Bibiana Aído.
Sin minimizar la enorme gravedad de la crisis económica, sigo pensando que el absoluto crack cultural y espiritual que supone para un país soportar -sin rechistar y riéndoles las gracias- en puestos de la máxima responsabilidad a personajes como Bibiana, resulta, a la larga, de consecuencias mucho más graves.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Ecos de una visita. Perplejidades varias

Algunos amigos me han preguntado estos días si no pensaba dedicar por lo menos una entrada a comentar la visita del Papa. Yo mismo también me lo he preguntado y hasta este momento, como se ve, no me he decidido a tocar el tema. Ahora -"a balón pasado", como suele decirse- voy a referirme a algún aspecto, más o menos colateral, relacionado con esa visita.
He sufrido auténtica vergüenza ajena viendo el tratamiento informativo del evento desarrollado por determinados medios; más estupor me han causado algunos comentarios producidos "dentro de casa" a los que podríamos calificar de "fuego amigo" (bastante más fuego que amigo, desde luego). Destaca, entre ellos, la indignación realmente histérica de algunas católicas cualificadas (léase monjas, aunque no sólo) ante la desafortunada, por parcial, puesta en escena litúrgica de las religiosas que prepararon el altar en la celebración de la Sagrada Familia. Es este un asunto menor -relativamente menor- que demuestra a las claras el escaso cuidado de los organizadores que podrían haber evitado una imagen ciertamente poco edificante -insisto: por parcial- sencillamente haciendo que acompañaran a las religiosas que sirvieron al altar, por ejemplo, dos diáconos (varones), lo que hubiera evitado esa sensación visual de una iglesia que relega a la mujer al puesto de piadosa "fregatriz".
Mucho más graves me han parecido algunos comentarios sobre las palabras del Papa en el avión al referirse al clima anti-católico que se percibe hoy en España y que puede recordar al de los años 30. Lo que me sorprende y escandaliza de esos comentarios "amigos" es ver cómo interiorizan, supongo que sin darse cuenta, el discurso de nuestros auténticos adversarios haciendo exactamente lo que hacen ellos: sacar punta a un comentario poco feliz en la formulación pero irrefutable en el fondo.
Item más: si católicos altamente cualificados no tienen empacho en insinuar que la Iglesia en general y los obispos españoles en particular pretenden imponer a toda la sociedad su propia moral, no nos debe extrañar que a los pocos días el presidente Zapatero se descuelgue con unos alaridos, impropios de un animal racional tanto en el fondo como en la forma, preguntándose si no será que el Papa quiere legislar en España, para responderse, con vociferación aún más histérica, y arropado por los aplausos de un auditorio claramente analfabeto, que no; que aquí no manda el Papa, que quien manda es el Parlamento. Pues muy bien; ¿y cuándo ha sido de otra forma, ilustrísimo charlatán de mítines?
Repito: no me extraña lo que dice Zapatero; sí me deja atónito que lo den por bueno católicos con criterios habitualmente ponderados. Y más me extraña todavía que ese discurso grotesco -grotesco pero eficaz, como se ve- de ZP no tenga una respuesta contundente por parte de algún dirigente eclesial. Hay polémicas en las que es inevitable entrar por más que nos hastíen. De lo contrario, siempre, o casi siempre, vencerá la falacia revestida de democracia y libertad en estado puro.
Una excepción a esta ausencia de respuesta a la que me acabo de referir, ha sido un párrafo del artículo publicado ayer en La Razón por el cardenal Cañizares. Lo reproduzco como colofón de este largo post. Contundente, educado, suficientemente profundo y carente de agresividad. ¿Para cuándo un portavoz de la Iglesia con estas características? Es una urgencia inaplazable.

"La Iglesia no legisla en la sociedad; para eso están quienes tienen esta responsabilidad. Pero ofrece, no impone, lo que hará posible que las legislaciones no sean contrarias al hombre, sino en su favor siempre, y por eso lo que ofrece es garantía de convivencia, de fraternidad y de libertad segura y verdadera para el hombre. Ni el Papa, ni la Iglesia propugnan una sociedad confesional o sometida a sus dictados. Pero no se le puede negar el deber, y por tanto el derecho a afirmar a Dios, con todas sus consecuencias, con la certeza y garantía de que así sirve al hombre y afirma al hombre y le ofrece los fundamentos más radicales de fidelidad a su grandeza y dignidad de la persona humana, sobre la que se fundamenta el bien común, sin el que no habrá legislaciones justas y portadoras de paz y futuro".

lunes, 1 de noviembre de 2010

Bienvenidas y "malvenidas"

Con ocasión de la visita del Papa a Inglaterra, algunos ciudadanos de aquel país poco o nada simpatizantes de Joseph Ratzinger, hicieron notar públicamente su desagrado por la presencia en sus calles de tan -para ellos- nefasto personaje. Creo que hasta alquilaron los laterales de algunos autobuses para propagar su hostilidad. Estaban en su derecho, naturalmente. Que luego fracasaran quedándose más solos que la una es harina de otro costal (interesante costal, por cierto).
Como entre nosotros la originalidad no es precisamente la virtud o cualidad más sobresaliente, en Cataluña se han puesto en marcha una serie de grupos autodenominados laicos o laicistas -a los que curiosamente apoyan algunos católicos de lucidez más que mejorable- que andan propagando a diestro y siniestro anuncios y carteles de "malvenida" al Papa que visitará Barcelona dentro de unos días. Creo que en Galicia también se han gastado algunos el dinero en parecida publicidad. Todos ellos están en su derecho. Veremos a ver qué eco real tienen.
He encontrado ayer en ABC el suelto que reproduzco a continuación. Sólo puedo decir que lo comparto al cien por cien, y que, comparado con la propaganda de los oponentes, no tiene color. Juzguen mis lectores sobre el particular. Les deseo que lo disfruten tanto o más de lo que yo lo he hecho:

"Gregorio Luri, un navarro de letras y pensamiento que vive en Cataluña, ha dejado caer en su blog una oración laica, «Yo sí te espero», de bienvenida al Papa, que dice así:

«Yo sí te espero... por una simple cuestión de ecología cultural. Y por cada una de las iglesias de cada uno de los municipios catalanes y sus torres que anuncian los pueblos desde lejos. Y porque los que protestan contra ti lo hacen en nombre de la virtud bíblica de la probidad. Y por todos los cristianos anónimos que conozco y que hacen bien sin mirar a quién. Porque fui bautizado. Por esa iglesia de la calle Pere IV que tiene en la puerta la pintada “Alá es grande” sin que pase nada. Por las Bienaventuranzas, por el “Cántico espiritual”, por “Las Florecillas”... Y porque en las iglesias vacías aún es posible intuir el infinito. Por el Padre Nuestro. Por la santificación del pan y el vino. Y porque es mejor saber en lo que se cree que creer sin saber en qué. Por el “Noli me tangere” y todas y cada una de sus representaciones. Por el tañido de las campanas y cada uno de sus sones. Por la ermita de la montaña. Porque Él dijo que dos cristianos reunidos en Su nombre siempre son tres. Por la Virgen de mi pueblo. Por la fe de mis padres, que a veces me resulta inaprensible. Por un niño recién nacido en un pesebre. Por un Dios que teme a la muerte, y duda. Por todas las miserias de la Iglesia y sus pecados. Y por toda la gente sencilla que está esperando para verte.»

Muchos lectores se unen a su oración, y la completan: «Por la música sacra de Bach...» «Por el Réquiem de Mozart, por el Dies Irae del Réquiem de Verdi, por la catedral de Burgos, por la mitad de lo que es el mundo occidental...». En su viaje a Francia por septiembre de 2008, todo el mundo se hizo lenguas «del grado de pleitesía que a Benedicto XVI le han procurado los intelectuales y los filósofos franceses», con quienes disertó en París sobre la diferencia entre la «teología monástica» y la «teología escolástica», y muchos, como escribió Jean-Marie Colombani, ex director de «Le Monde», «fueron incapaces de seguirle». Francia sigue siendo el país de las condecoraciones y de los intelectuales, cuya admiración por el Papa (al fin y al cabo, «uno de los nuestros») es la admiración por el hombre que pasa por ser el último guardián de la cultura de Occidente, resumida en su discurso, pronunciado en 1992, al ingresar en la Académie des Ciences Morales y Politiques de France, sucediendo a Sajarov: «La Libertad, la Justicia y el Bien»."