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lunes, 18 de abril de 2011

La fecha -cambiante- de la Pascua

Este año los cristianos de todo el mundo y de todas las confesiones vamos a celebrar la Pascua el mismo día. Esta coincidencia en la fecha no es nada frecuente y resulta una "asignatura pendiente" de las iglesias cristianas lograr un acuerdo que llevara a que todos los creyentes en Cristo resucitado celebraran el acontecimiento por excelencia de su fe unidos, no sólo espiritualmente, sino también, podríamos decir, físicamente: el mismo día del mismo mes.
Transcribo un extracto de la amplia respuesta que dedicó a la pregunta por la razón de esa divergencia de fechas en la celebración pascual, el boletín del Consejo Ecuménico de las Iglesias del año 2007 en su versión española.

"¿Por qué la celebración de la Pascua no cae cada año en la misma fecha, como es el caso de Navidad, por ejemplo?

En pocas palabras, la respuesta sería la siguiente: porque en el siglo IV se decidió celebrar la Pascua de Resurrección después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera (vernal) en el hemisferio Norte (o sea el equinoccio de otoño en el hemisferio Sur). ("Equinoccio" es un día del año en el que el día y la noche tienen la misma duración. Esto sucede dos veces al año, en primavera y en otoño).

De conformidad con el Antiguo Testamento, la muerte y la resurrección de Jesús tuvieron lugar aproximadamente en el tiempo de la Pascua judía; la Pascua judía se celebraba el día de la primera luna llena después del equinoccio de primavera, y por ello era una festividad móvil (…) Los cristianos de diferentes regiones celebraban la Pascua en fechas diferentes. Ya a finales del siglo II, algunas iglesias celebraban la Pascua cristiana el mismo día de la Pascua judía, independientemente de si era domingo o no, mientras que otras la celebraban el domingo siguiente (…) Ante esta situación, el Concilio de Nicea, en el año 325, buscó una solución unificada que guardaría relación con la fecha de la Pascua judía como se celebraba en el tiempo de Jesús. Para ello se fijó definitivamente la celebración de la Pascua en una fecha móvil (…) El Concilio de Nicea estableció, en el año 325, la regla según la cual la Pascua se celebraría el primer domingo tras la luna llena que sigue al equinoccio de primavera (vernal) en el hemisferio Norte (…) Pero cabe destacar que, incluso tras el Concilio de Nicea, continuaron existiendo diferencias respecto de la fecha de la Pascua por el hecho de que el Concilio no dijo nada sobre el método que debería utilizarse para calcular la entrada de la luna llena y del equinoccio vernal.

Ahora bien, la verdadera dificultad que plantea actualmente esta situación tiene su origen en el siglo XVI, cuando el Calendario Gregoriano reemplazó al Juliano que se había establecido en el 46 a.C. Llevó cierto tiempo hasta que todos los países adoptaron el nuevo calendario (¡Grecia no lo hizo hasta principios del siglo XX!). Sin embargo, las iglesias ortodoxas aún continúan utilizando el Calendario Juliano para calcular el equinoccio de primavera y la luna llena que lo sigue. De ahí que calculen fechas diferentes".

sábado, 16 de abril de 2011

Muy triste, pero real

Por su interés, reproduzco a continuación, e íntegramente, la columna que publica en la edición de hoy, 16 de Abril, el diario ABC, firmada por Juan Manuel de Prada.
Sólo quiero añadir una reflexión. El columnista arranca de la declaración de uno de los convocantes de la llamada "manifestación atea", y después alude a unas recientes manifestaciones del catedrático y ex-rector de la Universidad Carlos III de Madrid Gregorio Peces-Barba.
Pues bien, me parece evidente que estas últimas contienen una peligrosidad intelectual, social y política exponencialmente mucho mayor que la declaración de intenciones del anónimo convocante, lo cual -al menos a mí- me llena de estupor, y sobre todo, de tristeza:

"ME estremecieron las declaraciones de uno de los convocantes de esa «procesión atea» que pretendía desfilar la tarde de Jueves Santo: «Representamos un frente ideológico. Un frente dedicado, única y exclusivamente, a castigar las conciencias católicas. Nuestro propósito es hacer daño. Y no nos andamos con contemplaciones». No se me escapa que el odium fidei es un sentimiento inextinguible, cuyas ascuas no se apagarán nunca, mientras el mundo sea mundo; pero me había habituado a considerar que, en este fase democrática de la Historia, elodium fideise manifestaba bajo expresiones menos furibundas, más sibilinas o asépticas, englobadas bajo lo que hemos dado en denominar «laicismo». Las declaraciones de ese convocante de la «procesión atea» me han permitido comprender que ambas expresiones del odium fidei pueden ser simultáneas y concurrentes, que puede haber un Estado que muy democráticamente imponga una idolatría política de obligado cumplimiento, a la vez que sus más furibundos paladines se ocupan de «castigar» y «hacer daño» a los recalcitrantes que se resistan a obedecerla. De hecho, los odiadores más sañudos de la religión sólo afloran allá donde previamente se ha impuesto una idolatría política que sibilinamente la combate. De todos es sabido que unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces. Y declaraciones tan sañudas como las de ese convocante de la «procesión atea» sólo adquieren un sentido pleno si las interpretamos a la luz de otras de apariencia más sibilina, como las que esgrimía Peces-Barba en un artículo reciente: «Cuanto más se les consiente y se les soporta, peor responden. Solo entienden del palo y de la separación de los campos». Para que nadie interprete malévolamente que Peces-Barba está promoviendo la organización de guetos judíos, diremos que se refiere a los católicos.

La «procesión atea» ha sido, en fin, prohibida, por razones más bien colaterales y hasta peregrinas, tal vez porque los odiadores sibilinos de la religión, muy en su papel de polis buenos, consideraban que en esta ocasión los odiadores más sañudos —los polis malos— se habían excedido en su ímpetu. Pero esta «procesión atea» no era sino un aspaviento histriónico; y la verdadera procesión del odium fidei va por dentro. No emplea —de momento— el palo, sino el veneno sutil de la propaganda; y así, envenenando las conciencias, se logra crear el caldo de cultivo que a la larga permitirá sacar el palo del armario sin escándalo. En una célebre obra de C. S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, Screwtape, un diablo veterano y de alcurnia, dedica a un diablo segundón y bisoño una serie de consejos que faciliten su misión en la tierra; entre los cuales se halla éste: «Queremos que la Iglesia siga siendo pequeña, no sólo para que los menos hombres posibles aprendan a conocer al Enemigo, sino sobre todo para que quienes se vuelvan contra él se coloquen en ese estado de exaltación enfermiza y de fariseísmo agresivo característicos de una sociedad secreta».

Esta es la verdadera procesión del odium fideique juzgo preocupante: la que, a la vez que propaga el ateísmo, pretende caracterizar a los católicos como una secta de fanáticos encerrada en una ciudadela. Y contra esa secta de peligrosos fanáticos sólo vale el «palo», como propugnaba Peces-Barba: la mofa y el escarnio elevados a la categoría de rutina, el confinamiento en un gueto de ostracismo, la muerte civil dosificada en pequeñas dosis. Quien lo probó lo sabe".

martes, 5 de abril de 2011

La Iglesia católica en China: doble enigma

Todos estamos de acuerdo en el carácter sumamente enigmático de China. Sabemos poco todavía de aquel lejano y legendario país. Nos vamos dando cuenta, eso sí, de que cada día que pasa crece su importancia como potencia mundial, y ya nadie considera exagerado decir que, en pocos años, el mundo entero será mucho más “chino” de lo que es ahora. Unos lo ven con simpatía, otros con curiosidad, y no pocos con miedo.

Pero si del gigante chino todavía sabemos relativamente poco, de la presencia y andadura dentro de él de la Iglesia católica, nuestra ignorancia, hablando en general, es prácticamente total.

Y, sin embargo, cada día nos es dado conocer más datos sobre la situación de las comunidades católicas que tratan de sobrevivir y crecer allí en una triple fidelidad: al evangelio, a la iglesia católica, y a la sociedad civil en plena expansión y desarrollo económico.

Hace unos años, el papa BXVI envió una carta a los fieles católicos chinos verdaderamente admirable y cuya repercusión en nuestros medios de comunicación -para no variar- fue manifiestamente mejorable. En ella el papa aludía a las notables dificultades que experimentan los católicos chinos para mantener esa triple fidelidad, les animaba a mantener la esperanza, y sugería pensamientos de indudable alcance político.

Para cualquiera que tenga una mínima información sobre el particular, no es ningún secreto que el problema más llamativo que sigue sin resolverse es el de la existencia de dos líneas jerárquicas dentro del episcopado chino: la de origen gubernamental (iglesia patriótica), que no siempre es aprobada o consentida por Roma, y la de origen, digamos, romano, es decir, aquella cuyos obispos son nombrados por la santa sede, y que, por tanto, gozan de la plenitud de la comunión eclesial.

Pero las cosas, miradas de cerca, deben ser -sin duda, son- mucho más complejas de lo que puede parecer. Buena prueba de ello es que las opiniones más cualificadas de conocedores desde dentro de la situación, y de observadores absolutamente solventes más desde el exterior, entran no pocas veces en conflicto a la hora de valorar el presente y de programar el futuro de la vida de la iglesia católica en China.

Reproduzco a continuación un extracto del interesante reportaje a parecido en el blog de Sandro Magister en L'Espresso que puede ayudar a aclararse algo más en este asunto. Sirva como aperitivo para un futuro mayor conocimiento de esta, a mi juicio, apasionante cuestión:



Al final de la semana pasada, casi a la misma hora, dos exponentes de peso de la Iglesia católica, ambos chinos, expresaron dos juicios diferentes sobre el difícil momento que la Iglesia atraviesa en China.

El primero es el cardenal Joseph Zen Zekiun, que fue obispo de Hong Kong, hoy ya retirado, pero siempre muy atento a lo que acontece en su país.

El viernes 1 de abril el cardenal Zen publicó en "Asia News", la agencia on line del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, un vehemente acto de acusación contra el "triunvirato" que quisiera reproducir con China la Ostpolitik practicada en el siglo pasado por el Vaticano con los regímenes comunistas. Una política de "diálogo a cualquier costo" – escribe Zen – desastrosa entonces, y aún más desastrosa hoy, cuyo único resultado sería el de "hundir siempre más a los católicos en el fango de la esclavitud".

El triunvirato sometido a acusación por Zen está compuesto por el cardenal Ivan Dias, prefecto de la congregación para la evangelización de los pueblos, un "notario" de la misma congregación vaticana, y el padre Jerome Heyndickx, célebre sinólogo y estratega del grupo. Los tres actuarían – según Zen – contra la línea dictada por Benedicto XVI en su carta del 2007 a la Iglesia en China, y contra la opinión de la mayoría absoluta de la comisión que el Papa ha instituido para seguir la situación en China, de la cual el mismo Zen es parte.

*

El segundo alto de dirigente de la Iglesia que el mismo viernes 1 de abril tomó la palabra sobre el caso de la China es el arzobispo Savio Hon Taifai, con una entrevista al diario de la conferencia episcopal italiana, "Avvenire", realizada por el vaticanista Gianni Cardinale.

Monseñor Hon, 61 años, es el primer chino que llega a ocupar un alto cargo en la curia romana. El pasado 23 de diciembre Benedicto XVI lo ha nombrado secretario de la congregación para la evangelización de los pueblos, que tiene la competencia sobre todos los territorios de misión, incluida la China.

Originario de Hong Kong, alto, físico delgado, aspecto juvenil, monseñor Hon se define como un "teólogo poco diplomático".

Efectivamente, en esta entrevista, que es la primera que concede hasta ahora, Hon expresa juicios muy directos. Sin esquivar ninguna cuestión. Describe con sencillez las visiones opuestas del cardenal Zen y del Padre Heyndrickx. Y no esconde que está más cerca del primero, aun sin seguirlo en todo.

(...) es necesario resumir brevemente lo que ha sucedido en los últimos meses entre el gobierno chino y la Iglesia católica.

El pasado 30 de marzo ha sido ordenado en China, en Jiangmen, un nuevo obispo: Paul Liang Jiansen, 46 años. Su nombramiento ha sido "aprobado" por la Santa Sede y simultáneamente "autorizado" por las autoridades chinas.

Entre el 18 de abril y el 15 de noviembre del 2010 otros diez obispos han sido ordenados en China con la aprobación conjunta de Roma y Pekín, en las diócesis de Hohot, Haimen, Xiamen, Sanyuan, Taizhou, Yan'an, Taiyuan, Yuncheng, Nanchang, Zhoucun.

Pero en medio, el 15 de noviembre, en la diócesis de Chengde hubo una ordenación ilícita, es decir, realizada por intención del gobierno sin la aprobación del Papa. Desde el año 2006 no se hacía en China una ordenación episcopal ilícita.

Y poco después, del 6 al 8 de diciembre, las autoridades chinas han reunido en Pekín una asamblea nacional de representantes católicos, en la que han participado 45 obispos, muchos de los cuales aprobados por el Vaticano, y se han elegido los dirigentes de la conferencia episcopal y de la asociación patriótica: dos organizaciones que no son reconocidas por la Santa Sede.

La ordenación ilícita de Chengde y la asamblea de Pekín han sido desaprobadas por la Santa Sede con comunicados de tono muy fuerte, el 24 de noviembre y 17 de diciembre”.


domingo, 3 de abril de 2011

Claridad y sencillez al servicio de lo esencial

Hay temas de los que no resulta fácil hablar (o escribir). Son, sobre todo, esos temas que se refieren a vivencias o expresiones de la propia religiosidad. En ocasiones, además, estos temas, de por sí difíciles de abordar como digo, se tiñen de un color desagradable gracias a la polémica que les envuelve en un determinado momento.

Es el caso, por ejemplo, del asunto de la adoración eucarística, práctica típicamente católica que antaño estaba sumamente arraigada en el pueblo cristiano, y que, poco a poco, fue perdiendo “fuelle” hasta desaparecer en no pocos ambientes, gracias a justificaciones pretendidamente teológico-litúrgicas, a mi juicio poco o nada convincentes por insolventes.

Afortunadamente, existen personas especialmente dotadas para decir en pocas palabras, y lejos de toda polémica, las verdades de fondo que han sustentado y siguen sustentando el valor de prácticas como la que acabo de mencionar. Cuando, además de la exactitud y la concisión, a lo que se dice le acompaña la sobria belleza de la calidad literaria, uno siente no sólo la necesidad de aplaudir, sino también la urgencia de compartir lo descubierto.

Eso me ha pasado hoy a mí al leer en el número correspondiente a esta semana de la revista Vida Nueva la columna que Pablo D'Ors dedica a este tema de la adoración eucarística. Reconozco humildemente que a mí me hubiera encantado escribir una columna como esta. Sirva como reconocimiento a su notable calidad la reproducción de la misma que hago en este blog.

Y no se piense que es un tema menor. Precisamente el enfoque de la cuestión y la forma de resolverlo, nos hace ver que el autor ha sabido descubrir el alcance teológico y antropológico del asunto: el misterio de la lejanía insuperable de un Dios cuya real cercanía, sin embargo, casi siempre pretendemos utilizar para manipularle. No se lo pierdan:

"Como el de todo cristiano, mi culto a la Eucaristía ha estado conformado por la comunión y la adoración. Mediante la comunión, celebro que Dios está cerca (más cerca imposible, pues entra en mí hasta confundirse conmigo); mediante la adoración, en cambio, celebro que está lejos. Sí, la adoración del Santísimo no es más que la celebración de la distancia de Dios.

Prefiero con mucho la adoración a la comunión, porque esta es un estado excepcional (raramente siente el hombre a Dios tan cerca), mientras que aquella es la situación habitual (a Dios solemos sentirlo lejos). Adorando el Santísimo aprendemos que el hombre es hombre y Dios, Dios: que se juntan en ocasiones, pero que Dios no se deja atrapar. Mediante la adoración del Santísimo celebro, es decir, recreo, la situación espiritual de alejamiento de Dios por parte del hombre contemporáneo. Se la recuerdo al mundo, se la recuerdo a Dios.

Cuando me pongo de rodillas ante el Santísimo, no solo miro la Hostia –allá a lo lejos–; miro también la distancia misma que hay entra Ella y yo, y esa distancia –no solo la Hostia, repito– me parece también digna de veneración.

Mediante la comunión, nos divinizamos; mediante la adoración, nos humanizamos. Quien adora el misterio termina por convertirse él mismo en un misterio. Dios no es evidente, sino que está oculto: se ha manifestado ocultándose. La más luminosa revelación del misterio es la de su ocultación".