«Yo sí te espero... por una simple cuestión de ecología cultural. Y por cada una de las iglesias de cada uno de los municipios catalanes y sus torres que anuncian los pueblos desde lejos. Y porque los que protestan contra ti lo hacen en nombre de la virtud bíblica de la probidad. Y por todos los cristianos anónimos que conozco y que hacen bien sin mirar a quién. Porque fui bautizado. Por esa iglesia de la calle Pere IV que tiene en la puerta la pintada “Alá es grande” sin que pase nada. Por las Bienaventuranzas, por el “Cántico espiritual”, por “Las Florecillas”... Y porque en las iglesias vacías aún es posible intuir el infinito. Por el Padre Nuestro. Por la santificación del pan y el vino. Y porque es mejor saber en lo que se cree que creer sin saber en qué. Por el “Noli me tangere” y todas y cada una de sus representaciones. Por el tañido de las campanas y cada uno de sus sones. Por la ermita de la montaña. Porque Él dijo que dos cristianos reunidos en Su nombre siempre son tres. Por la Virgen de mi pueblo. Por la fe de mis padres, que a veces me resulta inaprensible. Por un niño recién nacido en un pesebre. Por un Dios que teme a la muerte, y duda. Por todas las miserias de la Iglesia y sus pecados. Y por toda la gente sencilla que está esperando para verte.»
Muchos lectores se unen a su oración, y la completan: «Por la música sacra de Bach...» «Por el Réquiem de Mozart, por el Dies Irae del Réquiem de Verdi, por la catedral de Burgos, por la mitad de lo que es el mundo occidental...». En su viaje a Francia por septiembre de 2008, todo el mundo se hizo lenguas «del grado de pleitesía que a Benedicto XVI le han procurado los intelectuales y los filósofos franceses», con quienes disertó en París sobre la diferencia entre la «teología monástica» y la «teología escolástica», y muchos, como escribió Jean-Marie Colombani, ex director de «Le Monde», «fueron incapaces de seguirle». Francia sigue siendo el país de las condecoraciones y de los intelectuales, cuya admiración por el Papa (al fin y al cabo, «uno de los nuestros») es la admiración por el hombre que pasa por ser el último guardián de la cultura de Occidente, resumida en su discurso, pronunciado en 1992, al ingresar en la Académie des Ciences Morales y Politiques de France, sucediendo a Sajarov: «La Libertad, la Justicia y el Bien»."
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