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domingo, 22 de agosto de 2010

La edad de la primera comunión (y 4)

Hora es ya de terminar con este tema que curiosamente, y a pesar de haber saltado en plena época vacacional, en la que a todos medio nos resbalan casi todas las cuestiones que encierran alguna problemática, ha suscitado bastante interés mediático.
El argumento de fondo en contra de esta "sondeada" (por el cardenal Cañizares y luego por el mismo Benedicto) modificación de la edad de la primera comunión adelantándola todavía más de lo que está, es de carácter teológico. Quiero decir: según entandamos lo que es un sacramento, así procederemos a la hora de fijar el mejor momento vital para su realización. Esto es de especial aplicación en el caso de los llamados sacramentos de iniciación que, como se sabe, son el bautismo, la confirmación y la eucaristía.
Si consideramos que en el sacramento lo que tiene que primar es su carácter de signo de la cercanía de Dios a una existencia concreta, entonces seremos proclives a preconizar una relativización del momento de su celebración, ya que la respuesta en fe del hombre agraciado por esa presencia de Dios en el signo sacramental, resultará algo claramente secundario. Es el caso del bautismo de niños, caso extremo en el que curiosamente la Iglesia ha aceptado que la fe del niño que celebra el sacramento -fe que es un elemento absolutamente indispensable- sólo aparezca en la persona de sus padres y padrinos que se la prestan hasta que él pueda hacerla suya consciente y libremente más adelante.
A esta luz, parece evidente -y así lo ha practicado la Iglesia hasta hace poco tiempo (hablo de occidente)- que el niño bautizado, sin consciencia del sacramento que celebraron "por él", debe ser ayudado para que en esa edad del discernimiento (hoy, en torno a los ocho años) ratifique su bautismo mediante el signo correspondiente que es la confirmación.
A partir de ese momento, se abre un recorrido algo más largo de progresiva maduración que deberá desembocar, tras varios años de oportuna catequesis, en la celebración de la eucaristía (en torno a los doce años -si no se optara por diferirlo hasta la mayoría edad propiamente dicha-pero siempre antes de entrar en la adolescencia, período lleno de turbulencias poco propicio para compromisos de ningún tipo).
La eucaristía, entonces, aparece como lo que es: un signo (=sacramento) de la presencia de Dios en la vida de una existencia que YA es capaz de responder con una fe razonablemente madura, y de hacerse cargo de que pertenece a un pueblo "especial" que se alimenta de ese pan bajado del cielo sin el que no es posible caminar por este mundo cuya dificultad ya va percibiendo. No se anula así en absoluto el carácter gratuito de esa presencia de Dios, pero sí se equilibra dando paso al otro elemento indispensable que es la respuesta en fe del hombre.
La propuesta de adelanto de la edad de la primera comunión no parece tener en cuenta esta reflexión que es el abc de la teología sacramental, pretendiendo situar a este sacramento, que es la culminación de la iniciación cristiana, mucho ante de que esa personalización en la fe de la gracia de Dios sea mínimamente posible.
Si a todo esto añadimos los datos de la sociología, de la psicología evolutiva, y de la simple observación de la realidad, veremos por qué ese intento de adelantamiento aparece como escasamente convincente, además de contradictorio con lo que viene siendo la práctica pastoral desde hace casi medio siglo, una práctica poco exitosa, ciertamente, pero no a causa de la edad, sino de otros muchos factores que hay que conocer bien y asumir con lucidez y valentía renunciando a nostalgias de un pasado que, nos guste o no, parece que no va a volver.

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