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miércoles, 25 de agosto de 2010

El "caso Galileo" y la ignorancia histórica de muchos

En el panorama un tanto desértico que, como cada año, brinda la información este mes de agosto, me encuentro con la noticia de que va celebrarse un congreso internacional sobre la Sábana Santa en Lima. Este año ha sido importante para la reliquia de Turín porque durante cerca de un mes se produjo su ostensión en la catedral de la capital turinesa acompañada de numerosos encuentros científicos sobre el particular.
Pero no voy a dedicar este post a la SS. Resulta que leyendo la noticia de ese congreso limeño, me topo con una entrevista a Manuel Carreira, un jesuita que, además de religioso, es un notable científico y buen divulgador de temas relacionados con las relaciones entre la ciencia y la fe. Por lo visto, va a participar en el mencionado congreso, por lo que un diario de la capital peruana le hace una entrevista no muy amplia sobre estos temas.
En ella, me he encontrado con su respuesta a una pregunta sobre el "caso Galileo" que me parece digna de archivarse por su nítida claridad al sustanciar la verdadera realidad y el auténtico alcance del archimanido "caso". No estaría mal que se la aprendieran de memoria todos los que se muestran complacientes (desde la ignorancia, claro) frente a las tópicas acusaciones contra la Iglesia basadas en una lectura distorsionada de los hechos históricos y no saben hacer buena "apología", no ya de la Iglesia, sino más sencillamente, de la verdad.
Me ha parecido que puede interesar a mis lectores. Ahí va:

"–El caso de Galileo se lo enrostran a la Iglesia cuando quiere aproximarse al mundo científico. ¿Qué opina de este caso?

Galileo era creyente, no pasó un minuto en la cárcel, nadie le tocó un pelo ni lo excomulgó y murió profesando su fe, asistido por una hija religiosa, y con bendición papal. En su época no había realmente física ni pruebas de que la Tierra se moviese (la prueba experimental se anunció en 1838). Sus supuestas pruebas eran inválidas, y otros astrónomos se las negaron.

Su idea correcta era que la Biblia no enseña ciencia y quería que los teólogos cambiasen la interpretación del texto según su teoría. Los teólogos se equivocaban en pensar que la Biblia enseña astronomía, pero estaban en lo correcto en decir que mientras no hubiese pruebas, Galileo debía presentar sus ideas como teoría y no pedirles cambios de opinión. En ambos casos, se excedía el campo propio para ir al ajeno. Nosotros, hemos aprendido esa lección y debe haber mutuo respeto".

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