El tono de los comentarios se movía entre el escándalo y la burla, sin faltar el aprovechamiento de la oportunidad para meter el rejón a fondo.
Curiosamente, ninguna de estas hispanas informaciones -bastante posteriores a la del periódico francés- se hacía eco del desmentido formal emitido por la organización oficial del viaje en el Reino Unido. Empezaré comentando esto último.
Me parecía extrañísimo que, de no ser cierta la noticia, los responsables ingleses del evento no clarificaran, mediante el correspondiente comunicado, el asunto. Lo hicieron, sí, pero confieso que, tal vez por el legendario temperamento inglés -la famosa flema-, el lector del desmentido quedaba con la impresión de que, si bien reconocían que la noticia no era cierta en esos términos, tampoco les parecía que la cosa fuera para tanto. En realidad, venían a decir, se trataba de un malentendido: a nadie se le cobraría por acceder a los papales actos, pero a los peregrinos se les dotaría de un material bastante completo que les ayudara a acompañar al ilustre visitante, material que evidentemente, se daba por supuesto, no sería -ni tendría por qué ser- gratuito, con lo que podría convertirse en fuente de ayuda a la financiación del acontecimiento.
Los comentarios en nuestros medios nacionales hacían todos honor a su origen: como he dicho, desde la burla hasta el ataque. Jamás un intento de aproximación serio al fondo de la cuestión. Lamentablemente, entre nosotros sigue siendo imposible, por lo que se ve, acercarse al quehacer de la Iglesia, no ya con respeto, sino con cierta profundidad en el análisis. En general, nuestra prensa sigue en estos temas al nivel de los adolescentes y de la gente iletrada que, cuando sale un tema religioso, sea el que sea, derivan sistemática e inequívocamente a la misma cuestión:
--"Bien, bien, todo eso de Dios y del mal en el mundo está muy bien, pero, ¿y las riquezas del Vaticano, qué? ¿Qué me dice usted de eso?"
No nos engañemos: seguimos a este nivel, y me temo que por mucho tiempo. Los medios de comunicación, con excepciones, parecen haberse rendido al dios de la trivialidad, dando por supuesto que esa es la demanda de la gente. Tal vez sea así, aunque cuesta creerlo.
Volviendo a nuestro asunto: no se cobrará por ir a ver al Papa o por acudir a la misa que celebre. Buena noticia. Pero el problema sigue en pie: ¿qué hacemos los católicos con los gastos de este y de acontecimientos religiosos similares? No sería poco que estos malentendidos que ahora comentamos nos obligaran a instalarnos definitivamente en una transparencia acompañada de buenas dosis de imaginación.
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