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viernes, 6 de agosto de 2010

Los viajes del Papa, como es lógico, no salen gratis

Leo hoy en La-Croix que el acceso a las celebraciones que tendrán lugar el próximo mes de septiembre en Inglaterra con el Papa como protagonista, no será gratuito sino de pago.
Con una tarifa de aproximadamente 20 euros para las misas, y algo más barata para otro tipo de encuentros, los obispos de Inglaterra y Gales quieren sufragar -al menos en parte- los costos de una visita que, a otros aspectos polémicos (no está el horno para bollos con el catolicismo), añade el escándalo de no pocos ante lo que consideran un dispendio económico que debe sufragar, sobre todo, el Estado, ya que es la Reina quien invita.
Por lo visto, en los años 80 el viaje de Juan Pablo II dejó las arcas de la Iglesia Católica de Inglaterra bajo mínimos, con un endeudamiento que duró bastantes años.
A cualquier sensibilidad religiosa mínimamente cultivada, la noticia de que para asistir a la misa celebrada por el Papa haya que pagar un ticket como si de un encuentro deportivo se tratara, le resulta molesta y desasosegante.
Uno piensa inmediatamente: no es -o, al menos, no debería ser- ese el camino; debe haber otros cauces menos chirriantes para obtener legítimamente, al menos una ayuda para lo que es un gasto objetivo muy considerable (el costo de la vista a Inglaterra, según La-Croix, alcanzaría unos 26 millones de euros) que a una sociedad en la que no faltan quienes abominan del visitante y de lo que representa, termina pareciéndole intolerable.
Insinúa la información del diario francés que los obispos del Reino Unido habrían sugerido la posibilidad de pedir a cada católico la aportación de una libra para este menester, y, aunque no queda claro en el reportaje, la impresión que se obtiene es de que la fórmula no ha tenido éxito.
En la Iglesia, guste o no, tenemos un problema con el dinero. Desde los que con una visión falsamente "franciscana" piensan que todo contacto con el vil metal envilece a los discípulos de Cristo, y que, por tanto, la única Iglesia creíble sería la que, despojada de todo, renuncia a cualquier iniciativa que exija dinero y financiación, hasta los que entienden que sólo entrando en las redes reales de la sociedad y aceptando el salpicado de la suciedad del dinero, podrá la Iglesia hacer algo por difundir el mensaje del evangelio en el mundo real, no acabamos de encontrar el "punto" de equilibrio que nos permita, al modo evangélico, estar en el mundo (es decir, en los gastos y los ingresos, en los préstamos y las inversiones), sin ser del mundo (es decir, sin rendirse ante la fascinación del dios metal y terminar rindiéndole pleitesía).
La dificultad es enorme; casi insuperable. Tal vez lo más importante sea ir aprendiendo de las nuevas circunstancias, alimentar más y mejor la imaginación para ensayar sistemas algo más originales que el del ticket de taquilla, renunciar a planteamientos faraónicos que a muchos siguen encandilando (como si los viajes del Papa fueran la salvación de los pueblos), y concienciar a los católicos de que lo que es de todos debe sufragarse entre todos.
Dicho en corto y por derecho: el que quiera Iglesia, que la pague; el que quiera viajes papales, que contribuya a financiarlos.

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