Una de sus secciones lleva por título Tendencias de las religiones; en ella recalo siempre con mayor detenimiento, y hoy me encuentro la siguiente entradilla que posteriormente desarrolla con amplitud la redactora:
"La crisis financiera global podría potenciar un aumento de la religiosidad porque ésta alivia el estrés que provoca la pobreza. Sociólogos estadounidenses analizaron la relación entre la pobreza, el bienestar mental y la religión a partir de los datos de una encuesta nacional, constatando que actividades como la asistencia a los centros de culto, la meditación o la fe en la vida después de la muerte, tienen un efecto mitigador sobre el estrés derivado de los problemas financieros. El presente estudio constató, asimismo, que la oración no ayuda a sobrellevar las dificultades económicas".
No es la primera vez que un estudio, en principio serio, pone de relieve la "utilidad" de la religión en general y de sus prácticas devocionales en particular. Ahora bien, siendo honrados cabría preguntar: ¿favorece el que así sea a la causa de la religión? La respuesta no puede ser sino ambigua: depende de lo que busquemos en la religión. Si buscamos consuelo, seguridad, apoyo, etc., parece indudable su carácter beneficioso. Si buscamos satisfacción intelectual, certeza "metafísica" o doctrinal, seguridad de tipo científico o matemático, esos beneficios constatados no implican ni exigen un dictamen positivo en favor de la verdad de la religión.
Con lo que estamos en lo de siempre: útil o no, mitigadora del dolor existencial o no, la religión llega un momento en que tiene que afrontar el problema de su verdad; y éste sólo se resuelve, creo yo, por la vía de la fe: hay que dar el salto. Pero...¿no servirá todo lo dicho a propósito de su "utilidad" como red, sutil pero no del todo invisible, que anima y hace menos áspero ese salto inevitable de la fe?
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