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viernes, 28 de mayo de 2010

Ante la "emergencia educativa", propuestas valientes de J. Ratzinger

La Conferencia Episcopal Italiana tiene la suerte de tener al Papa al lado, no sólo geográficamente, sino también, diríamos, eclesiológicamente, ya que, al ser el obispo de Roma, es con toda propiedad su auténtico presidente, por más que esa presidencia la ejerza de hecho luego un obispo elegido por la asamblea plenaria. Sí, es un verdadero lujo, y se comprueba cada vez que se reúne su plenario, porque el discurso innaugural corre a cargo del papa y, como puede comprenderse, no lo dedica a decir banalidades o lugares comunes, sino a iluminar en profundidad temas sobre los que luego debatirán sus hermanos en el episcopado.
Ayer jueves no fue una excepción. Los obispos italianos tenían como plato principal de su menú, el abordaje del problema de la educación a diez años vista. Ya hace tiempo que a este problema, del que también nosotros sabemos mucho, lo han denominado "emergencia educativa", un acierto de titulación porque ambas palabras resumen de manera insuperable lo que se le viene encima a nuestras sociedades occidentales -a unas (la nuestra, desde luego) más que a otras- si no se toman muy en serio y consideran como una verdadera emergencia inaplazable el problema de la educación.
Pues bien, la alocución de Ratzinger a sus hermanos obispos de Italia es un verdadero tratado sobre la cuestión desde la perspectiva de un pastor de la iglesia que, sin embargo, no puede disimular que tiene alma de filósofo y teólogo a un tiempo. Recomiendo vivamente su lectura a todos cuantos estén preocupados por este asunto (lo ofrece la página www.zenit.org tanto en versión resumida como in extenso).
Me permito transcribir uno de sus primeros párrafos como invitación-aperitivo a quienes apetezcan "alimento sólido" en esta cultura nuestra de potitos descafeinados:

"Una raíz esencial [del problema educativo] consiste – me parece – en un falso concepto de autonomía del hombre: el hombre debería desarrollarse sólo por sí mismo, sin imposiciones por parte de los demás, los cuales podrían asistir a su autodesarrollo, pero no entrar en este proceso. En realidad, es esencial para la persona humana el hecho de que llega a ser ella misma sólo desde el otro, el “yo” se convierte en sí mismo sólo desde el “tu” y desde el “vosotros”, está creado para el diálogo, para la comunión sincrónica y diacrónica. Y sólo el encuentro con el “tu” y con el “nosotros” abre el “yo” a sí mismo. Por ello, la llamada educación antiautoritaria no es educación, sino renuncia a la educación: así no nos es dado lo que nosotros debemos dar a los demás, es decir, este "tu" y "nosotros" en el que el “yo” se abre a sí mismo. Por tanto, un primer punto me parece este: superar esta falsa idea de autonomía del hombre, como un “yo” completo en sí mismo, mientras que la verdad es que llega a ser “yo” también en el encuentro colectivo con el “tu” y con el “nosotros”.

Hay que ser muy sabio, muy libre y muy valiente para, ya en los primeros párrafos, referirse sin tapujos a la raíz del problema: una falsa concepción de la autoridad a la que precipitadamente se denomina autoritarismo, y una no menos falsa concepción de la autonomía del hombre que le desvincula del otro y de los otros, sumiéndole en la peor de las esclavitudes: la de un yo deformado en su misma raíz.


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