"Cristianos y budistas nutren un profundo respeto por la vida humana. Y por ello es crucial para nosotros animar los esfuerzos dirigidos a crear un sentido de responsabilidad ecológica, y reafirmar al mismo tiempo nuestras convicciones compartidas sobre la inviolabilidad de la vida humana en cada estadio y condición, la dignidad de la persona, y la misión única de la familia, en la que se aprende a amar al prójimo y a respetar la naturaleza. ¡Promovamos juntos una correcta relación entre los seres humanos y el medio ambiente! Aumentando nuestros esfuerzos [...] podemos dar testimonio de un estilo de vida respetuoso, que encuentra sentido no en tener más, sino en ser más. Que compartiendo las perspectivas y los compromisos de nuestras respectivas tradiciones religiosas, podamos contribuir al bienestar de nuestro mundo".
Cuando algunos se empeñan en dar por finiquitado el diálogo interreligioso, acusando injustamente de promocionar un burdo sincretismo a los que con un esfuerzo ímprobo vienen tratando desde hace décadas de abrirle camino, reconforta ver y leer un sencillo documento como éste, firmado por un cardenal de la Curia romana (por tanto, respaldado por la autoridad del mismo Papa) en el que se puede apreciar cómo las diversas tradiciones religiosas, por muy distantes que puedan estar cultural y doctrinalmente, pueden unirse profundamente a la hora de prestar un servicio al ser humano y a la naturaleza en toda su extensión. Diríamos que se trata de un reconocimiento explícito de una genuina dimensión ecológica de toda religión.
Entristece, sin embargo, comprobar que este tipo de iniciativas no suscitan eco alguno en nuestros medios de comunicación, demasiado ocupados, al parecer, en investigar las miserias, tan reales como minoritarias, de los seguidores de cualquier religión.
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