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domingo, 23 de mayo de 2010

Sobre la religión del pueblo y sus torpes manipuladores

Todos los años, cuando abro mi ventana por estas fechas, contemplo los mismos espectáculos que suelen dar pie a comentarios casi siempre idénticos. En efecto, en el mes de mayo la Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, y por coincidir casi siempre con el período pascual, las parroquias acogen a los niños que hacen su primera comunión.
Y como todos sabemos, es en Pentecostés, precisamente, cuando año tras año hace su aparición la fiesta de El Rocío que, por su carácter avasalladoramente popular, no suele dejar indiferente a nadie: a los que participan, porque confiesan que en ella vuelven a las fuentes más puras de su vivir, y a los que no participamos, porque se nos agolpan las preguntas que destilan su pizca de inquietud entre sociológica y religiosa.
Porque, efectivamente, ¿qué es lo que se "ventila" en una fiesta como ésta que, como si fuera un torbellino, engulle a los que participan en ella, provocándoles una especie de mareo espiritual que les lleva a contemplar la vida, siquiera sea por unas horas o unos días, desde un ángulo que no es el habitual? ¿Estamos ahí ante una explosión religiosa, quizás de una religiosidad salvaje, pero religiosidad -es decir, apertura a la trascendencia- al fin y al cabo? Yo creo que sí, pero esta afirmación me lleva a cuestionar cuál sea la esencia de la religión, o al menos, cuál sea la esencia de la religión del pueblo cuando se le deja ser él mismo, y no se le tele-dirige desde instancias ilustradas con definiciones previamente elaboradas en el correspondiente gabinete "teológico".
Lo que ya no me parece de recibo es lo que, según me ha contado un amigo, ha hecho la TV pública: presentar El Rocío como si se tratara de una romería más, muy vistosa, muy popular, muy jaranera, pero sin relación alguna con esa dimensión religiosa que, les guste o no, posee realmente.
Y es que este laicismo paleto y sin ilustrar que padecemos, tiene perdido el norte por completo, y ya no sabe lo que debe aplaudir o lo que debe patear; y cuando algo que en principio cree deber repudiar (en nuestro caso, por ser una manifestación religiosa), pero percibe que tiene arraigo en el pueblo, tira por el camino de en medio y simplemente lo desfigura mutilándolo con todo descaro.
¡Pobres ignorantes! Si leyeren un poco sabrían que todo lo que se reprime por la fuerza, termina rebrotando con multiplicado vigor. Así que les daremos las gracias por su valiosa colaboración.

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