"Nada tan social como la noción de solidaridad. Y aparentemente, nada tan alejado de lo que normalmente se entiende por espiritual: la oración, la fe, la relación con Dios.
Y, sin embargo, la solidaridad es profundamente espiritual. Es uno de los rostros del consuelo (consolación) espiritual, tal como nos invita a experimentarlo San Ignacio al contemplar en el tiempo pascual las apariciones del Resucitado a sus discípulos (Ejercicios espirituales, 224). Efectivamente, es en el corazón mismo de su soledad y abandono lleno de amor donde podríamos decir que María es una vez más enviada hacia un nuevo y solidario porvenir de todos los que esperan, al reconocer la voz de Jesús cuando pronuncia su nombre junto al sepulcro (Juan 20, 16). Del mismo modo, es en el corazón mismo de su desnudez y de su miedo a afrontar la muerte, donde Pedro es captado de nuevo por la llamada de Cristo que le confía el porvenir de la Iglesia (Juan 21, 15-19)".
Uno agradece que esta palabra -solidaridad- tan torpemente manoseada por el pensamiento dominante, especialista en predicar y no dar trigo, pueda ser rescatada al proyectar sobre ella la luz de la resurrección. Hermosa y eficaz forma de correlacionar el lenguaje de cada día con la sustancia del pensamiento cristiano: aprended predicadores.
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