A mi juicio, la primera clave coincide plenamente -no podía ser de otra manera- con lo que es el leit-motiv de fondo de todo su pontificado: la centralidad de Dios. A nadie debe de extrañar que un papa teólogo tenga como centro de su reflexión y, si se quiere, de su "oferta" como lider religioso, la realidad de Dios.
Dios como provocación para el hombre que, desde el triunfo de las ideas ilustradas, ha ido desarrollando una comprensión de sí mismo como realidad absolutamente no-dependiente, salvajemente autónoma, requisito indispensable para salvaguardar su libertad.
El teólogo Ratzinger, sin despreciar en ningún momento los grandes logros de la modernidad ilustrada, opone a esa imagen de un Dios rival del hombre y de su libertad, la provocación de una realidad-fuente -Dios- que, comprendida en la profundidad de la mejor tradición judeo-cristiana, libera al hombre de cualquier delirio de grandeza permitiéndole ejercer una libertad fecunda en su radical apertura a los demás.
He escrito en alguna ocasión que, a mi juicio, esto es lo que molesta de BXVI: su descaro a la hora de recordar al hombre contemporáneo que el olvido y la marginación de lo esencial -Dios- le descentra, por más que a ese descentramiento se empeñe en llamarlo autonomía y libertad.
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