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sábado, 8 de mayo de 2010

Mi antigua profesora de inglés

Hace un par de días he comido con mi antigua profesora de inglés (podría decir a gusto "mi vieja profesora", pero prefiero no suscitar evocaciones no especialmente gratas, al menos para mí). Hacía bastante tiempo que no la veía. Sigue igual, pero, como nos pasa a todos y a ella se le empieza a notar más, la encontré algo más deteriorada sobre todo por su problema de cadera. Mental y espiritualmente, como siempre, es decir, muy bien; igual de abierta a la realidad, igual de crítica sin acritud, igual de deliciosa en su humor suave y siempre sugerente.
Comentamos las elecciones de Inglaterra que estaban teniendo lugar precisamente ese día; ni una palabra crispada; análisis lúcidos pero emocionalmente algo distantes. Sano relativismo. Sigue perfectamente informada del acontecer español que creo contempla entre divertida y preocupada. Se ve que su educación británica (de Oxford si no me equivoco) no le permite decir: "no tenéis remedio".
Lo que nunca entenderé es porqué llevando más de cuarenta años viviendo en Madrid, habla un español tan zarrapastroso. Pienso que tal vez sea una deliberada voluntad de no perder contacto con sus raíces. Me resulta llamativo las escasa veces que ha viajado a su país en estos años de vida madrileña.
Siempre me ha parecido un modelo de lo que se puede entender por "pobre" en sentido evangélico: alguien para quien el sustento y las posesiones resultan suficientemente importantes como para no descuidarse y trabajar por ello, y tan relativas como para no tolerar que le generen una angustia perniciosa.
Leía siempre The Guardian (no sé si seguirá fiel a él), de lo que deduzco sus preferencias, aunque vaya usted a saber...Como escritora no me es posible valorarla, pero tengo claro que no lo es de best-sellers.
Algo extravagante, estoy convencido de que los numerosos gatos de que siempre se ha rodeado (ahora, me confesó, sólo tiene uno) son fruto, sobre todo, de su espíritu profundamente compasivo: tampoco le gusta que ellos sufran abandono y descuido.
Le pregunté en broma: ¿qué? ¿Cuándo abdica vuestra reina? Su respuesta fue inmediata: no, en GB los reyes no abdican (sólo una excepción: Eduardo VIII); y me miró sonriendo y me dijo: tu lo entenderás bien: They think they are anointed: es decir, se consideran ungidos. Me gusta este "pequeño" detalle: un rey (o reina) que, en medio de una monarquía parlamentaria y democrática, retiene como seña de identidad profunda haber sido ungido. Guiño a la trascendencia, pienso, del que sólo pueden seguirse bienes, y sirviendo, al menos, para exorcizar el peor defecto que como vemos amenaza a las monarquías, coronadas o no: la frivolidad.
Nunca le he preguntado si es creyente. Estoy seguro de que lo es. Y el jueves, entre plato y plato, me comentó: es evidente que, mientras mi cuerpo se va deteriorando y mostrando su caducidad, "lo otro" está mejor que el primer día (expresión mía); no parece tener fecha de caducidad. Buena observación.
Después de tantos años, le estoy muy agradecido, y este post, que probablemente no leerá, es mi homenaje que se merece sin ninguna duda.

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