Uno de los primeros libros que publicó Hans Küng, creo que a finales de los 60, tenía el atractivo título de "Estructuras de la Iglesia". En él, el teólogo suizo, que ya apuntaba maneras de niño terrible, pero que todavía no había colmado el vaso de la paciencia jerárquica, hacía un análisis de la iglesia desde el punto de vista de sus estructuras, y proponía como consecuencia del mismo, las pautas para una reforma que todos saludábamos como imprescindible. Hasta ahí, no hay más objeciones que las propias de una discusión académica legítima y necesaria.
Pero, al margen ya del teólogo de Tubinga, o de otros que por entonces (plena época conciliar) se ocupaban de la misma cuestión, interesa destacar que fue quedando en el ambiente una mentalidad según la cual el principal problema de la iglesia era el de sus estructuras, reformadas las cuales, lograríamos tener una iglesia aceptable para el mundo moderno en general y para las iglesias de la Reforma en particular.
Confieso que es muy tentador interiorizar ese simplismo y llegar a convencerse de que los problemas de la iglesia católica con la sociedad y con los hijos de la Reforma dependen en última instancia de una in-, o des- adaptación de aquélla, básicamente estructural: reformemos el primado del papa, reformemos la forma de elección de los obispos, reformemos la ley del celibato, reformemos la prohibición del sacerdocio femenino, reformemos las cauciones y prohibiciones típicamente católicas...y veremos florecer un catolicismo convincente y atractivo, ejemplar, además, en su capacidad de reforma y adaptación.
Digo que este enfoque resulta tentador, pero es definitivamente adolescente y, sobre todo, falso.
Y esto es lo que piensa y dice BXVI. Esto ha reiterado una vez más en su viaje a Portugal al afirmar sin ambages que el problema de la Iglesia no es un problema de estructuras, ni de programas, ni de reparto de responsabilidades. No podemos construir, ha dicho, una iglesia "funcionarial" con los perfiles de los quehaceres bien diseñados y perfectamente adaptados a los tiempos. No; la Iglesia no quiere funcionarios sino TESTIGOS.
Proclama de enorme alcance con capacidad auténticamente revolucionaria, porque tengo para mí que, mientras al funcionario se le ve venir, y siempre se sabe dónde está, el testigo es imprevisible porque está entrenado para fiarse sólo del Espíritu que, mire usted por dónde, sopla dónde quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario