Para empezar, denominar a una fundación nacida a mediados del siglo XX legión, y calificar a sus miembros de legionarios, me parece de dudoso gusto; ese lenguaje miliciano y cuartelero después de dos guerras mundiales, pensaba yo, ponía de manifiesto una orientación de fondo manifiestamente mejorable.
Claro que la denominación de origen al lado de los "frutos" ofrecidos por el belicoso fundador, es un asunto muy menor; pero no deja de ser significativo. Un bonito signo de renovación (en este caso y en el de no pocas órdenes o familias religiosas) podría ser modificar el lenguaje allí donde éste aparezca con connotaciones problemáticas. Estoy convencido de que alguien que pertenece a un colectivo denominado, por ejemplo, como el que nos ocupa, puede fácilmente interiorizar la correspondiente identidad y andar por la vida en permanente pie de guerra o, al menos, de combate.
Creo que existe (o existió) una orden religiosa denominada los "mínimos". Me parece mucho más adecuada: por cercana al evangelio, y porque cabría aplicarle lo dicho sobre la fuerza de configuración personal del lenguaje.
Parece que el Papa está a punto de tomar decisiones que saneen ese árbol de raíz podrida que nos legó a toda la iglesia como regalo envenenado -y nunca mejor dicho- el pervertido Maciel. Bienvenidas sean las medidas que adopte siguiendo los informes de los investigadores que él mismo nombró.
Lo que tampoco me gusta nada, pero nada, es ver los movimientos que han empezado a realizar con todo descaro los dirigentes de la institución maceliana, putrefacta en su origen y con metástasis inevitables: pretenden quedar exculpados de toda posible contaminación, y con cierta insolencia (así me lo parece) insinúan, sin pruebas fehacientes, un cierto derecho al autoblindaje. Aroma a podrido percibo ahí también. Y lo siento si me equivoco (que creo que no).
No hay comentarios:
Publicar un comentario