Como todo el que se adelanta a su tiempo, fue mal comprendido por no decir completamente incomprendido. Si en nuestra época la tarea de presentar la fe cristiana a un mundo cultural y religioso distinto de occidente, resulta arriesgada, tanto teórica como prácticamente; si hoy, que tendemos a pensar en las demás culturas y religiones con una mente abierta y acogedora (eso vamos diciendo al menos), no es fácil mantener un discurso suficientemente equilibrado y eficaz, podemos imaginar lo que supuso de escándalo hace cuatro siglos la opción del padre Ricci de hacerse chino con los chinos para que pudiera resonar entre ellos el mensaje cristiano sin acentos de invasión colonizadora. No es extraño que le llamaran al orden y que el "experimento" se frustrara prácticamente quedando como hibernado esperando tiempos mejores.
Tal vez esos tiempos hayan llegado ya; en cualquier caso, resulta conmovedor oir al Papa BXVI (de cuya preocupación por China da buena prueba una interesantísima carta que envió a los católicos nacidos en esa inmensa nación) referirse hace un par de días a este centenario.
Aun a riesgo de alargar un tanto este post, no me resisto a compartir con mis lectores estos párrafos que hablan por sí solos de la importancia que reviste para la iglesia de hoy la intuición fundamental de Ricci, al que, como se ve, se rinde merecido homenaje desde las más altas instancias eclesiales, aunque sea con 400 años de retraso.
"La obra de este gran misionero presenta dos aspectos que no deben separarse: la inculturación china del anuncio del evangelio y la presentación a China de la cultura y de la ciencia occidentales. A menudo los aspectos científicos obtuvieron mayor interés, pero no hay que olvidar la perspectiva con la que el padre Ricci entró en relación con el mundo y la cultura chinos: un humanismo que considera a la persona inserta en su contexto, cultiva sus valores morales y espirituales, tomando todo lo que encuentra de positivo en la tradición china y ofreciendo enriquecerla con la contribución de la cultura occidental pero, sobre todo, con la sabiduría y la verdad de Cristo. El padre Ricci no va a China para llevarles la sabiduría y la cultura de Occidente, sino para llevarles el Evangelio, para dar a conocer a Dios. Escribe: “Durante más de veinte años cada mañana y cada noche he rezado con lágrimas al Cielo. Sé que el Señor del Cielo tiene piedad de las criaturas vivientes y las perdona (…) La verdad sobre el Señor del Cielo está ya en los corazones de los hombres. Pero los seres humanos no la comprenden inmediatamente y, además, no se inclinan a reflexionar sobre una cuestión semejante" (Il vero significato del "Signore del Cielo", Roma 2006, pp.69-70). Y es precisamente mientras lleva el Evangelio, cuando el padre Ricci encuentra en sus interlocutores la demanda de una confrontación más amplia, de modo que el encuentro motivado por la fe se convierte también en diálogo entre las culturas: un diálogo desinteresado, libre de objetivos de poder económico o político, vivido en la amistad, que hace de la obra del padre Ricci y de sus discípulos uno de los puntos más altos y felices en la relación entre China y Occidente. Al respecto, el “Tratado de la amistad" (1595), una de sus primeras y más conocidas obras en chino, es elocuente. En el pensamiento y en la enseñanza del padre Ricci la ciencia, la razón y la fe encuentran una síntesis natural: “Quien conoce el cielo y la tierra – escribe en el prefacio a la tercera edición del mapamundi – puede encontrar que Aquel que gobierna el cielo y la tierra es absolutamente bueno, absolutamente grande y absolutamente uno. Los ignorantes rechazan el Cielo, pero la ciencia que no llega al Emperador del Cielo como a la causa primera, no es para nada una ciencia".
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