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lunes, 14 de junio de 2010

A tiempos recios, testigos radicales

Tenía pensado ocuparme hoy del anteproyecto de ley de libertad religiosa que ayer publicaba El País, tras filtración de alguien situado en las esferas el poder. Lo dejo para otro día porque me he encontrado en el blog de la revista El Ciervo, alojado en Religión Digital, un suelto de Juan Martín Velasco, autor al que aprecio extraordinariamente, en el que cita a Dietrich Bonhoeffer, el gran teólogo evangélico alemán mártir de la barbarie nazi.
No me importa confesar que, después de la Biblia, uno de los escritores a los que más debe mi fe es precisamente Bonhoeffer, y nunca agradeceré lo suficiente a mis maestros el haberme iniciado en su conocimiento.
Nosotros que tanto hablamos y oímos hablar a tirios y troyanos sobre la iglesia, confundiéndola casi siempre con su aparato dirigente -sea para incensarlo (cuando nos es favorable), sea para denostarlo (cuando nos es contrario)- haríamos bien en escuchar con más frecuencia a cristianos radicales como Bonhoeffer que no dudaron en criticar a su iglesia (en su aparato dirigente) cuando comprobaron, no que no les daba la razón, sino que se preocupaba demasiado de sí misma con grave olvido del evangelio. Y siempre emitieron esa crítica desde la propia entrega de su vida, y nunca desde la poltrona ideológica prestada por sus admiradores.
Esta es la cita que he encontrado en J. Martín Velasco:

“Nuestra Iglesia, que durante estos años, sólo ha luchado por su propia subsistencia como si fuera una finalidad absoluta, es incapaz de erigirse ahora en portadora de la Palabra que ha de reconciliar y redimir a los hombres y al mundo. Por esta razón, las palabras antiguas han de marchitarse y enmudecer, y nuestra existencia de cristianos sólo tendrá en la actualidad dos aspectos: orar y hacer justicia entre los hombres. Todo el pensamiento, todas las palabras y toda la organización en el campo del cristianismo, han de renacer partiendo de esta oración y de esta actuación cristianas […] cada ensayo de dotarle (a nuestra Iglesia) prematuramente de un poder organizador acrecentado, no logrará sino demorar su conversión y purificación”.

Esto lo decía Bonhoeffer en tiempos todavía más difíciles que los nuestros, pero quizás no tan diferentes en el fondo; porque para el cristianismo y para la Iglesia, los tiempos siempre son recios porque exigen obedecer a Dios antes que a los hombres.


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