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viernes, 25 de junio de 2010

Pederastia: se aleja la tormenta, pero se oyen truenos todavía


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de perdón por los abusos del clero

Me ha producido más desasosiego que extrañeza la noticia que se puede leer hoy en la prensa que informa de un registro policial en toda regla de las dependencias arzobispales de la archidiócesis de Malinas-Bruselas a la búsqueda de documentación o testimonios relacionados con denuncias de pederastia.Para terminar de “arreglarlo” veo que las pesquisas se han ampliado al propio domicilio del anterior arzobispo, el cardenal Daneels. Los despachos informativos añadían como detalle nada agradable un acordonamiento policial de los edificios.

Evidentemente, no hay nada que objetar en linea de principio a una intervención de este tipo realizada, sin duda, con todas las garantías judiciales. La Iglesia no tiene por qué tener ningún privilegio y debe ser considerada como una institución social más sometida al imperio de la ley. Nadie en su sano juicio dentro de la Iglesia reclama para ella excepciones de trato, cosa que, entre nosotros, no todos se creen, por lo que periódicamente se ven en la obligación de recordárselo con el estúpido y manido latiguillo de “tiene que encontrar su puesto en la democracia”.


No obstante lo dicho, es perfectamente legítimo que los que amamos a la Iglesia por sentirnos parte de ella, suframos la humillación que está suponiendo esta catarata de consecuencias, también cívicas, del desastre espiritual que implica el lamentable hecho de los casos de pederastia.

Me ha parecido que podría ser útil proporcionar a los lectores de este modesto blog, la reflexión publicada en Diario de Burgos por mi admirado amigo Joaquín Luis Ortega que une en su persona tres vectores existenciales que le convierten en un referente de calidad a la hora de afrontar temas como éste: su condición de sacerdote, de periodista y de doctor en historia.


Disfruten con su reflexión.

(Joaquín Luis Ortega, Diario de Burgos).-De pederastia y no de pedofilia. Las cosas serias hay que tratarlas con seriedad. Pedofilia es simplemente el amor a los niños, sin otra connotación. Pederastia es el abuso sexual con los niños y eso es ya harina de otro costal.

Con el paso de los días va remitiendo la intensa oleada de acusaciones de pederastia contra sacerdotes y religiosos católicos. Ahora que el terremoto amaina es el momento de hablar y hacer balance. Precisamente en estos días ha culminado en Roma el Año Santo dedicado por Benedicto XVI a los sacerdotes. Momento también de evaluar y clarificar la verdad y la densidad de la ‘pederastia eclesiástica', lastimosamente, tan traída y llevada.

Queda en pie que la pederastia ha tenido y tiene clientes eclesiásticos. Es algo tan execrable como real. Algo que repugna radicalmente con la condición sacerdotal. En lo que no existe tanta claridad es en las cifras. A lo largo de los múltiples debates abiertos -llenos algunos de equilibrio, y otros de mala saña- se ha clarificado que la pederastia afecta a un porcentaje exiguo del clero.

No cabe disculpa para tal pecado y delito, pero tampoco es correcto desorbitar el censo de los pecadores. Por otra parte se ha venido verificando que la piara de los pederastas está compuesta mayormente por casados y no por célibes. Quiere ello decir que no vale recurrir a la abolición del celibato para extirpar la pederastia, como han pretendido algunos eminentes teólogos. Si hay que hablar de la supresión del celibato, obligatorio para los clérigos católicos, será por otras razones. Pero no por las ahora propuestas.

La galerna de los abusos sexuales eclesiásticos ha arremetido con especial virulencia contra el papa Benedicto XVI que ha resistido las embestidas con responsabilidad, serenidad y firmeza. Benedicto XVI no ha ocultado ni edulcorado los desmanes. Ha exigido la dimisión incluso de obispos. Ha endurecido ya la vigente legislación canónica sobre estos temas. Ha escrito sobre lo ocurrido páginas que pasarán a la historia, como la dirigida a los católicos de Irlanda, del 19 de Marzo de 2010, escrita para ser leída y aplicada en todos los rincones de la Iglesia.

Por si fuera poco, el papa Ratzinger, en todos sus recientes viajes, ha reservado un tiempo para dialogar con víctimas de los abusos. Y además, ha reconocido, en diversos momentos de su estancia en Portugal, la existencia del pecado en el hoy de la Iglesia.

La Iglesia, por su parte, se ha apiñado en torno a Benedicto XVI, reconociendo en él al timonel sabio y sereno que ha sabido gobernar acertadamente la nave de la Iglesia en esta procelosa coyuntura.

Así las cosas, bien cabría decir que la «pederastia eclesiástica» ha quedado desenmascarada, ya que no vencida; la Iglesia se ha purificado de una escoria que la deshonra, y Benedicto XVI se ha visto confirmado por aclamación en su papel de pastor solícito y prudente de toda la Iglesia.


dón por los abusos el clero


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