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jueves, 3 de junio de 2010

Un pasado vivo para que no se nos muera el presente

En el post del 26 de Mayo que dediqué a las relaciones entre las Iglesias de Roma y Moscú, terminaba haciendo referencia a la reflexión que sobre la Tradición aportaba en un reciente documento o alocución el patriarca Kiril de Moscú. Prometía volver sobre el asunto. Pues aquí estoy.
La referencia a la Tradición, una realidad imprescindible en el discurso teológico católico, y no digamos en el ortodoxo, se ha ido convirtiendo en algo entre maldito y tabú en muchos medios católicos obsesionados por el cambio, por el futuro, por el progreso, o por eso que llaman la "transformación" de la historia, y grandezas por el estilo.
Son muchos, tal vez simplemente bastantes, los que con la mejor voluntad, han ido sucumbiendo durante estos años -básicamente a partir del Concilio- a ese delirio arrasador de cualquier vestigio de lo "tradicional" (es decir, de aquello que es deudor de la Tradición) en la vida o praxis de la(s) iglesia(s), guiados por algunos falsos intelectuales, y en realidad ilustres ignorantes, que estigmatizaban, y siguen haciéndolo, como equivalente de la caverna, de la vuelta a un pasado oscurantista y opresor contrario al evangelio y al mismísimo Jesús de Nazaret, todo lo que nos vinculara con ese sedimento precioso de la Historia.
No se daban cuenta, no se la dan, esos sofistas de que una sencilla distinción podría librarles de tanta confusión y reconciliarles con la verdad: la buena, la que tiene una real capacidad de liberación.
Para no meterme yo a teorizar sobre asunto tan importante que no carece, desde luego, de complejidad, he preferido transcribir unas sencillas afirmaciones de un sabio, Jaroslav Pelikan, cuya peripecia vital le llevó a peregrinar desde su luteranismo de nacimiento a la Iglesia ortodoxa en cuyo seno murió hace muy pocos años (2006).
Precisamente fue, sobre todo, su estudio -gigantesco- de la Tradición lo que le acreditó mundialmente como un estudioso de primerísima división.

"La Tradición es la fe viva de los muertos; el Tradicionalismo es la fe muerta de los vivos. La Tradición vive en constante diálogo con el pasado al tiempo que (nos) recuerda dónde estamos, cuándo, y que somos nosotros los que tenemos que decidir. El Tradicionalismo supone que jamás hay que hacer algo por primera vez, porque todo lo que hay que hacer para resolver cualquier problema, es referirse simplemente al testimonio supuestamente homogéneo de una tradición determinada".

No resultaría difícil, creo yo, recomponer el enfoque de los problemas de nuestras iglesias hoy, dejándose iluminar por la luz que nos ofrecen estos sabios.

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