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sábado, 17 de abril de 2010

Se hunde la COPE

Eso es lo que nos están diciendo desde hace un par de días, con poca disimulada fruición, sobre todo los que tienen algo que ver con ese presunto hundimiento, es decir, quienes fueron despedidos de la empresa por resultar ya insostenible su permanencia dentro de ella habida cuenta del cripto-motín que existía en no pocos círculos y ambientes cualificados de católicos españoles (sobre todo, digámoslo claro, clérigos de todo rango) ; como es natural, también los muchos fans de los defenestrados -entre los que los católicos se cuentan también por miles- se frotan las manos diciendo a todo el que quiera oir: "¡lo advertimos!". Y efectivamente, no había que ser ningún vidente superdotado para intuir que si de la emisora de la C.E. salían los líderes de comunicación, al estar meridianamente claro que no tenían, por lo menos de momento, repuesto equivalente, la emisora se resentiría en pocos meses. Debo decir que a mí el descalabro, siendo notable me ha parecido menor de lo que cabía esperar.
Lo que me interesa comentar ahora ante los restos del naufragio es que el asunto de fondo no tiene remedio. Me explico. El mundo de la comunicación se ha convertido, guste o no, en un universo de complicación casi parecida al universo de verdad: en él hay estrellas, constelaciones, galaxias, agujeros negros, enanas(os) marrones, materia negra, etc., etc. El que quiera entrar en este universo -naturalmente, todos tienen derecho a intentarlo por lo menos- sólo puede hacerlo siendo consciente de su brutal complejidad. Pretender situarse en él seráficamente, a buen recaudo de explosiones y desplazamientos, de aceleraciones y retracciones, o es tonto, o es perverso. En ambas hipótesis le espera un final poco feliz.
¿Es muy hermoso que la Iglesia tenga un medio de comunicación propio? Sin duda. ¿Es posible que lo tenga al margen de la convulsiones de ese universo de la comunicación? No; rotundamente no. Se pongan como se pongan. Si quieres que te oigan (en el caso de una radio; que te lean cuando de un periódico se trate) tienes que ser competitivo, estar a la que salta, entrar al toma y daca dialéctico, no dejarte pisar, dar primero para dar dos veces, etc. ¿Y el evangelio? ¿Y el ideario cristiano? ¿Y el anuncio de la fe? Pues ahí está el problema sencillamente insoluble, porque, o se acepta un cierto posibilismo, y entonces llegan, antes o después, las colisiones con los ideales, o se opta por la radicalidad insobornable de los principios, y entonces -no nos engañemos- tenemos que hacer medios plenamente confesionales, seguidos casi en exclusiva por adictos y convencidos. Los híbridos no existen, y, de existir, no funcionan. A los tibios los vomitará Dios.
Buen momento el del hundimiento de la COPE para pensar en los problemas de fondo y remontar el vuelo tratando de superar lo anecdótico.

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