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domingo, 11 de abril de 2010

ir a misa

A lo mejor no son muchos los que, cuando planifican un viaje a Paris, hacen un hueco en la agenda para ir, a poder ser cada día, a misa. No pretendo darmelas de original, pero, desde hace ya bastantes años, siempre que paso unos días en Paris, reservo las seis de la tarde para acercarme a San Gervasio (justo detrás de Hotel de Ville) y unirme allí a una comunidad de de personas que celebran con los miembros (y "miembras", naturalmente) de las Fraternidades monásticas de Jerusalem una misa que a uno le deja la impresión de que, no siendo nada de particular, ofrece la autenticidad litúrgica que en otros muchos sitios (¿la mayoría?) se echa de menos. A mis amigos que van a Paris, les suelo recomendar que, a poco que puedan, se acerquen; hasta ahora todos me han agradecido la sugerencia y me han comentado que la participación en el culto de San Gervasio les ha resultado impactante. ¿Y qué tiene esa liturgia?, se preguntará el lector de mi ventana. Pues realmente, nada. Y ese es el núcleo de mi reflexión. La comunidad de "monjes en medio de la ciudad" (que así se subtitulan las FMJ) no hacen misas de "arte y ensayo" como les gustaba hacer a los progres de después del Concilio que nos sorprendían cada día con una ocurrencia más extravagante. Simplemente, celebran el culto creyendo en lo que hacen: esta es para mi la clave. Cuando la celebración de la eucaristía es realmente el centro de la vida de fe de una comunidad, empiezan a ocurrir cosas "raras": se acaban las prisas, se pierde el miedo a una expresión corporal sobria, sencilla y significativa; se cuida con mimo el canto; se valora el silencio y, sin delirios de creatividad, se termina compartiendo un momento de intensidad religiosa en el que el protagonista es Dios y nadie más; el Dios buscado y por fin encontrado en la sencillez de un espacio y de un tiempo que, manejados desde el convencionalismo, hace tiempo que dejaron de hablar. Pues eso: Paris bien vale una misa...desde luego si es en San Gervasio.

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