Es un itinerario que recomiendo al que le guste moverse con cierta originalidad al margen de circuitos "empaquetados" que, salvo excepciones, resultan, desde casi todos los puntos de vista, pan para hoy y hambre para mañana.
Empecé en Loyola, lugar cuyo especial embrujo no soy capaz de describir. Siempre que paro allí experimento un ataque de austeridad fecunda, y una conmoción espiritual que me hace reafirmarme en mi convicción de que, eso que los cristianos llamamos conversión, siempre conduce a un plus de humanidad, insospechada en la situación anterior al cambio. Nadie recordaría hoy a Ignacio de Loyola si hubiera permanecido toda su vida afincado en su noble quehacer de caballero y guerreador.
Hacer un alto en la ciudad de Sarlat para partir la distancia hasta Solesmes, resulta ser una opción inteligente. Ni siquiera la ingente cantidad de visitantes que dan colorido y alboroto a sus calles y callejas, logra acabar con la belleza de un conjunto que parecería diseñado para que los fotógrafos hicieran permanentemente su agosto. Ningún problema para comer o cenar; en mi vida he visto tanto restaurante por metro cuadrado, y todos ellos llenos de atractivo.
Y, tras esta pausa algo más "laica" (ojo, de todas formas, a la "catedral de Sarlat), la sorpresa -relativa- de Solesmes. Continuará...
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