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miércoles, 14 de abril de 2010

pederastia; cabos sueltos

El asunto de la pederastia de sacerdotes católicos se está convirtiendo en un verdadero calvario para los católicos en general y, ojalá también, para todos los cristianos y gente de buena voluntad. Efectivamente, no veo porqué una situación tan triste y bochornosa sólo debiera hacer sufrir a los católicos: en el fondo, creo yo, a todos nos interpela lo que en última instancia es un enigma del ser humano: cómo explicar esos comportamientos abyectos, qué extraños mecanismos hacen que pulsiones psíquicas repugnantes se hagan fuertes en algunas personas y les lleven a comportamientos, normalmente reiterados, que les hunden en una miseria moral muy difícil de superar.
Cuando digo en el título de este post "cabos sueltos", me refiero a cuestiones que, a mi modo de ver, no suelen salir en los comentarios y reportajes, al menos en los que acostumbro a leer con interés prácticamente a diario. Por ejemplo, a propósito del asunto de la denuncia a la autoridad civil y judicial: es evidente que el obispo, o la autoridad eclesial que sabe con certeza de un caso, tiene la obligación inexcusable de ponerlo en conocimiento de la policía y los jueces sin dilación; mi cabo suelto es este: ¿y no tenía que hacer lo mismo la víctima antes, incluso, de hacérselo saber al superior jerárquico del clérigo? Quiero decir: si a mí me roba la cartera o la Visa un cura o un fraile, a quien primero se lo voy a contar es a la policía; y si es mi hijo menor de edad el que es objeto del atraco, voy inmediatamente a la comisaría con él para formalizar la denuncia. No se me alcanza por qué, además de exigir responsabilidades a la jerarquía de la iglesia por pretender ventilar sólo "ad intra" estos temas, no se denuncia el desenfoque que yo creo apreciar en la actitud de los interesados o de sus padres o tutores. Me da la impresión que ambas instancias sufre un mismo síndrome: el de la paralización y confusión mentales producido por el infinito bochorno de los delitos en cuestión.
Otro cabo: sin pretender rebajar la responsabilidad que puedan tener los jerarcas eclesiales en la gestión de los casos, que fundamentalmente consiste, a mi juicio, en la torpeza de confundir los planos penal (ámbito judicial civil) y moral (ámbito religioso-eclesial), me parece que no se está destacando suficientemente la dificultad intrínseca de hacer un discernimiento correcto de muchos de los casos que resultaron ser ciertos, pero cuya veracidad sólo se pudo sustanciar después de una dolorosísima investigación. A este respecto, el caso del cardenal Bernardin, antiguo arzobispo de Chicago, un hombre de Dios -es decir, un santo- a quien un malvado antiguo monaguillo le acusó de estas infamias. La acusación parecía solvente, y la prensa, lógicamente, la airéo creándole al santo cardenal una situación de tal sufrimiento que le provocó un cáncer del que terminaría muriendo. Cuando el mal ya estaba hecho, el malvado gilipollas y estúpido ex-monaguillo reconoció su infamia; era ya demasiado tarde. ¿Fue procesado y encarcelado el siniestro farsante? No lo puedo asegurar, pero creo que no. Pues bien, aunque no se una eximente, la dificultad del discernimiento y el miedo a un falso testimonio que convertiría en difamación irreversible una falsa acusación, estoy convencido que atenúan en muchos de estos casos la torpeza de los que -aunque nunca encubrieran ni disimularan los delitos- los gestionaron equivocadamente desde el secretismo que creían benefactor para todos, y no desde la debida transparencia.

1 comentario:

  1. Creo que para entender las razones por las que una víctima de abusos sexuales no denuncia a su agresor ante la autoridad policial, tendríamos que ahondar en varias cuestiones. Para empezar, que abusen de ti no es igual que que te roben la cartera. Sobretodo cuando quien se convierte en abusador es -como parece que ocurre en la mayoría de los casos- un familiar, o una persona del entorno de la víctima.

    Tanto si el que abusa es un padre, un hermano o un sacerdote, existe una relación de poder sobre el abusado(en este caso, además, estamos hablando de niños). Lo que me resulta más difícil de entender es que, efectivamente, cuando la familia conoce que su hijo/a está sufriendo abusos sexuales no acuda a la autoridad policial correspondiente. Aquí, creo, habría que conocer la dependencia moral de la familia respecto de la autoridad religiosa. Y como los abusos sexuales son todavía un tema tabú para muchos, eso tampoco ayuda a que se denuncie, sino que más bien favorece el ocultamiento y el silencio, por el miedo al qué dirán.

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