No me extraña nada este interés. Además de la afición y atracción que la mayoría de los mortales sentimos por lo enigmático -y la Sta. Sábana lo es en sumo grado- en este caso ese atractivo se ve redoblado al tener como protagonista a una figura sin duda fascinante pero cuya identidad última sólo se desvela en el claro-oscuro de la fe. Esto último que digo es esencial si queremos poner estas cosas en su sitio. La Síndone, caso de que fuera auténtica (cuestión que tratan de dilucidar científicos de todas las tendencias y todos los credos), no constituiría ninguna prueba o demostración de nada sobre la identidad última del hombre Jesús; eso sí, sería una hermosa provocación.
Y, caso de que no pasara la prueba de la autenticidad , no dejaría de ser, en frase muy feliz de Juan Pablo II, algo así como un icono: un signo que orienta la mirada y el espíritu hacia algo que no es él, pero que queda sublimemente evocado por él: un pequeño cuasi-sacramento de esa presencia misteriosa de lo Otro en nuestro mundo.
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