No me interesa entrar en este post en el asunto de la gestión de los casos de pederastia hace diez, veinte o más años por parte de los eclesiásticos. Ya insinué en otra ocasión que, en términos generales, fue muy desafortunada por desenfoques de fondo y por un palurdismo muy imperante, por desgracia, entre los obispos católicos. Lo que sí me interesa es resaltar la figura del cardenal Castrillón: siempre me pareció una mediocridad, por no decir una nulidad. Su ascenso a dirigir nada menos que la S.C. del Clero en la Curia romana la entendí como una concesión a la "cuota" necesaria para la internacionalización de la Curia (de esto tal vez habría que hablar en otra ocasión). Pero lo más relevante, a mi juicio, es que allá por los años 90 (finales), cuando el pontificado de JPII ya iba siendo prolongado y sus achaques permitían conjeturar a medio plazo su sucesión, el inefable escritor y premio nobel -compatriota del cardenal Castrillón- Gabriel Gcía. Márquez se despachó en una larguísima entrevista publicada en El País (varias páginas, lo recuerdo perfectamente) postulando a su paisano para sucesor de JPII y futuro papa de toda la IC. Tan extraña recomendación, viniendo de quien venía, llegó a parecerme un regalo envenenado, es decir, un intento de quemar su posible candidatura. Han pasado muchos años, y hoy tiendo a pensar que la recomendación de García Márquez era tan sincera como frívola; tan cínica como descomprometida. Y es que se puede ser buen escritor y desvariar a placer en asuntos que están más allá del mundo virtual de la ficción. Por su parte, Castrillón, en toda su actuación, posterior, incluso, a su jubilación, está demostrando fehacientemente que, afortunadamente, la Iglesia está en manos del Espíritu Santo aunque a Él todavía no le hayan concedido ningún Nobel.
sábado, 17 de abril de 2010
Cardenal Castrillón, el recomendado
El cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos está estos días en la picota informativa, a propósito, por lo visto, de una felicitación que mandó a un obispo, creo que francés, que había ocultado a la autoridad judicial un caso de pederastia de un sacerdote de su diócesis. Castrillón elogiaba -siguiendo en eso un lamentable patrón bastante habitual entonces- que el obispo francés hubiera evitado a la iglesia un escándalo, mostrando, al mismo tiempo, al infame sacerdote, su rostro misericordioso y su llamamiento al arrepentimiento y al perdón.
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