Por lo que voy leyendo (y viendo en trailers) estrenada ya la "película", la asesoría del profesor y erudito Piñero no ha servido de nada; es más, tengo la impresión de que éste ha podido ceder a complacencias que en el ámbito estrictamente académico no se hubiera permitido frente a profesores que le hubieran exigido fundamentar sus precipitadas licencias.
Y es que poner la figura de Jesús, llena de enigma -y, sobre todo, misterio, sí, digo bien: misterio- en manos de indocumentados, sean creyentes o no, tiene todas las garantías de desembocar en bodrios, llenos de falsa piedad, o de no menos falsa iconoclastia pseudo-atea.
La argumentación que están, director y asesor, ofreciéndonos, es de aurora boreal; reza más o menos así: como del Jesús histórico no sabemos casi nada con certeza, es perfectamente legítimo, y, además, probablemente más acertado "reconstruir" su figura llenando las lagunas que nos dejan los datos con grandes dosis de una imaginación guiada por la sospecha. Por ejemplo: como resulta muy extraño que nuestro personaje no aparezca casado, pues nada, vamos nosotros y le casamos con quien parezca más verosímil. Otra genial intuición: como efectivamente -y aquí hay que aceptar los datos del evangelio- probabilísimamente acudió a bodas, presentémoslo con la cogorza correspondiente a tan venturosa celebración, en vez de esas chiquilladas de milagros que convierten el agua en vino. Y así por el orden.
Pues con su pan se coman a este desfigurado y manipulado Jesús. Yo prefiero el de siempre, porque, aun en el caso de que me lo hubieran transmitido manipulado, la manipulación se ha mostrado de una nobleza y una belleza que los veinte siglos transcurridos no parecen tiempo suficinete para lo que se merece.
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