Leo hoy en La-Croix que se encuentra estos días en Roma el genial actor americano Anthony Hopkins promocionando su película The Rite, en la que interpreta el papel de un joven sacerdote exorcista, de prácticas, por lo visto, poco ortodoxas.
El periódico francés le hace una interesante entrevista en la que, después de alguna breve referencia a sus dudas sobre la existencia real del demonio, aparece el párrafo que he traducido y que transcribo a continuación para los lectores de este blog porque lo he encontrado de interés.
Con frecuencia –y diría que cada día más- aprecio los testimonios personales como el presente bastante más que las sofisticadas y plúmbeas reflexiones que nos ofrecen algunos aprendices de filósofos, bien en pretenciosas columnas de periódicos, bien en libritos de autoayuda que proliferan en estanterías de grandes superficies.
“-¿Cree usted en Dios?
Durante mucho tiempo no he creído ni en Dios ni en el diablo. Mi padre era ateo. Hoy en día, yo ya no lo soy, aunque no soy ni católico, ni protestante. No tengo iglesia.
-¿Qué es lo que le llevó a creer?
Hace muchos años, en 1973, estaba yo en Jerusalem. Iba recorriendo la Via Dolorosa camino del Santo Sepulcro. Vi rezar a unas religiosas. Allí experimenté el sentimiento de algo más grande; la sensación de que algo estaba cambiando en mí. Y comencé a interrogarme sobre mis convicciones.
Después, leí el libro de Viktor Frankl, un psicólogo judío, logoterapeuta de renombre, que había sobrevivido a campos de concentración, haciendo frente a sufrimientos terribles. Él aprendió en esos momentos de crisis terrible que el poder mayor del hombre es el perdón.
Algunos años después, yo viví mi propia crisis personal. Era joven y dependiente del alcohol. En algún momento llegué a estar desesperado…y me planteé acabar con mi vida. En ese momento tuve de nuevo el sentimiento de que había en mí algo mucho más grande, mucho más misericordioso. Y evidentemente cambió el curso de mi vida.”
De De modo que, pienso yo, podríamos decir algo así como que la fuerza del hombre reside precisamente en lo que aparentemente es su mayor debilidad y despojamiento: la renuncia al rencor y la venganza y la entrega a la misericordia y el perdón. ¿No es curiosamente esa la dinámica de la redención tal como la entiende el cristianismo? Curiosa coincidencia de la psicología con la teología, o viceversa.
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