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sábado, 12 de marzo de 2011

Comprender a fondo la hostilidad frente a la religión

Las lamentables actuaciones de algunos grupúsculos de gamberros, autoproclamados izquierdistas, en las capillas, ayer de la Complutense, y hace algunas semanas de alguna facultad de Valladolid y de Barcelona, junto a la preocupante tibieza de las respectivas autoridades académicas, me llevan a reproducir íntegro el artículo publicado hoy en libertaddigital.es y firmado por GEES (Grupo de Estudios Estratégicos) cuyas aportaciones a la reflexión sobre los problemas que nos acucian suelen ser, a mi juicio, de notable valor y calidad.

“En la historia de Europa, todas las manifestaciones de persecución religiosa han tenido tres características: en primer lugar, han comenzado justificándose mediante la apelación a la Ilustración, a la razón o al progreso, señalando a las creencias religiosas como rémoras del pasado incompatibles con la modernidad. El avance en términos de tolerancia justificaría así la intolerancia ante los cristianos: es la política que mantiene, por ejemplo en España el Gobierno de Zapatero, que ha ido más lejos que cualquier izquierda europea en ello. Paradójicamente, en el mundo musulmán, el radicalismo islamista persigue con igual intolerancia al cristianismo por lo contrario: por considerarlo representante de la modernidad. En suelo europeo, en el arrinconamiento cristiano ambos, islamismo e izquierdismo, colaboran activamente.

En segundo lugar, en Europa la persecución se ha llevado acabo con la excusa de que la religión no debe inmiscuirse en la sociedad. Los grandes totalitarismos del siglo XX, el socialista y el nacionalsocialista, consideraban que ninguna creencia ni ninguna regla de la conciencia debían situarse por encima de la sociedad y de sus instituciones. Puesto que toda religión implica por definición una vertiente social, el arrinconamiento y persecución de judíos o cristianos se vuelve infinito: en la medida en que exista un solo creyente, existirá el peligro de que la conciencia se vuelve contestataria. La misma paranoia contra los cristianos es la que lleva a los islamistas, desde Pakistán hasta Egipto, a perseguir a esta minoría hasta buscar su aniquilación: el caso de Mosul en Irak muestra a las claras esta salvaje estrategia. Es significativo el silencio que las elites laicistas europeas mantienen respecto a esta vulneración de los derechos humanos; simplemente el islamismo acaba con coches bomba con lo que el laicismo trata de acabar legislando desde el poder político.

En tercer lugar, la persecución religiosa en Europa ha comenzado siempre con burlas hacia los creyentes y sus convicciones por parte de grupos radicales, burlas amparadas por una legislación cada vez más rigorista con las prácticas cristianas. Es habitual que ambas cosas corran paralelas: determinados grupos radicales ridiculizan las prácticas religiosas –sea en televisiones y medios de comunicación o en acciones y raids contra los lugares de culto que vulneran la libertad religiosa–, contando con el amparo del poder ejecutivo que en vez de perseguir unas prácticas que atentan contra la libertad religiosa, las ampara y justifica con leyes de progresivo arrinconamiento del hecho religioso. Punto este en el que, sin embargo, el islam moderado resulta más comprensivo que el izquierdismo europeo.

Lo particular de la persecución religiosa en Europa es que la izquierda promueve y alimenta la exclusión del cristianismo de la vida pública, colaborando con ello con el islamismo en el continente. Sin embargo, en último extremo, éste es aún más agresivo con el materialismo que representa la izquierda postmoderna que con el cristianismo en cualquiera de sus variables. ¿Cree la izquierda, tanto la bienpensante como la radical que ridiculiza a los creyentes, ataca a Benedicto XVI y defiende el modo de islamización a lo Erdogán como un modelo deseable, que el islamismo la respetará una vez le haya hecho el trabajo sucio?”

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