Reproduzco un amplio fragmento de la columna que publica hoy en ABC Juan Manuel de Prada. Como puede verse -y por eso la quiero compartir con mis lectores- el célebre escritor une en ella un fondo lleno de ironía y humor a una forma literaria deliciosa, hasta el punto de que, después de leerla, uno tiene la impresión de que está escrita de un tirón y de que probablemente cualquiera podría escribir algo parecido sin especial dificultad. Lo primero, no lo sé; pero lo segundo tengo la convicción de que es rotundamente falso. Disfruten fondo y forma:
“…A Zapatero sus conmilitones lo han convertirlo en un jarrón chino antes de que deje de ser presidente; pero no en un jarrón de la dinastía Ming, sino en un jarrón comprado en el chino, cuya proximidad los abochorna, como al advenedizo abochorna que sus amistades más esnobs sepan que su madre pueblerina lo sigue surtiendo de chorizos por cada matanza. Y ahora los vemos a todos tratando de escurrir el bulto, para que no los retraten con el jarrón comprado en el chino que en otro tiempo lucían orgullosos en el vestíbulo de su casa. Zapatero, que durante un tiempo ya lejano presumió de «baraka», invulnerable a los infortunios que suelen acechar al poderoso, se ha convertido para sus propios conmilitones en una mezcla de leproso y baldragas con halitosis; o en algo todavía peor, un gafe que todo lo malogra con sus proximidad cenicienta. Si viviera aquel profesor Genaro Occhipinti, doctor en Ciencias Ocultas, al que tantas veces se encomendó el añorado maestro Campmany, podría haber hecho su agosto recetando ensalmos repelentes a los socialistas que desean mantener alejado de sus feudos a este jarrón comprado en el chino al que en otro tiempo se abrazaban como los borrachos se abrazan a las farolas, mientras el culo se les hacía pepsicola.
¿Y cómo vivirá Zapatero que los aduladores de antaño le hagan ahora el cordón sanitario? Quienes lo conocen bien, aseguran que el resentimiento es el rasgo constitutivo de su carácter; y afirman que, si la fortuna le brindare ocasión de resarcirse (lo que cada vez parece más improbable), lo hará sañudamente. Entretanto, como el jarrón comprado en el chino al que relegan al desván sombrío, y aún guarda un resto de pundonor herido para prometer que seguirá contribuyendo al lustre del hogar desde el nuevo puesto que le han adjudicado, ha dicho mohíno:
—A mí ya me han juzgado en otras ocasiones. Ahora voy a tratar de que a los compañeros les vaya lo mejor posible, y les voy a dar todo mi apoyo.
Frase que, bajo su fachada afable, esconde unos sótanos de bilis retenida que dan pavor. Lo que quizá los conmilitones de Zapatero ignoran es que a los jarrones comprados en el chino, a diferencia de los jarrones de la dinastía Ming, que son muy delicados y quebradizos, no basta con pegarles una patada para hacerlos añicos. Como están fabricados con policarbonato, resultan irrompibles; y aguardan, pacientes, el momento en que, tras el terremoto que hará añicos el resto de la loza, vuelvan a lucir en el vestíbulo desolado, orgullosos de su ordinariez plebeya.”
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