El Adviento tiene
también su música: una música suave como
el arpa, el órgano, o la flauta, nos debería acompañar alejándonos de toda
estridencia.
Pero además –y quizás,
sobre todo- el silencio. Tiempo de Adviento, tiempo de silencio.
Para que no se oiga más que al Espíritu, para que Él nos cubra también con su
sombra, como a María, y, como a Ella, nos haga fecundos. Un silencio que permite captar el susurro de Dios cuando nos habla; porque Dios no nos habla nunca
a voces: no quiere ahogar nuestra palabra, parece tener miedo a nuestro
rechazo…
Adviento: Dios ha venido, Dios viene, Dios vendrá. Adviento: audacia de los que le han descubierto cerca, le han añorado
lejos, y le vislumbran por doquier. No deterioremos el Adviento, dejémoslo ser lo que es: humilde y
elegante espacio para mirar a un horizonte abierto y lleno de promesas.
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