Sobre mi lectura de este diario quiero decir que sigo siendo lector suyo, pero de una forma muy distinta a como lo fui los primeros años de su andadura. Entonces lo leía con fruición; encontraba en él, además de buena (casi siempre) información, opinión variada y normalmente respetable, o si se prefiere, solvente.
Empezaron a encendérseme las alarmas cuando me dí cuenta de que la información, y, sobre todo, la opinión religiosa, se enquistaba llamativamente adquiriendo tonos cada vez más agudos de descalificación sistemática y agresiva de lo que podríamos llamar "iglesia oficial", en favor de todo lo que supusiera una crítica inmisericorde de los planteamientos de esa oficialidad o dirigencia eclesial. La desinformación en esta materia, además, era con frecuencia más que llamativa. No tardó en aparecer una fobia anti cristiana con tintes muchas veces grotescos.
Poco a poco me fue quedando claro que desgraciadamente esa deriva sectaria no se reducía al terreno religioso-cristiano, sino que alcanzaba a la práctica totalidad de los temas. Dejé de comprarlo; dejé de leerlo.
Cuando llegó la era internet, al darme cuenta de que por el mismo precio podía leer en pantalla cuantos periódicos me pareciera, volví a encontrarme con aquel País que había abandonado hacía años, y volví a reafirmarme en mi impresión sobre su lamentable sectarismo. Ahora bien, para no caer en el mismo error sectario, y como ya no tenía que pagar ningún peaje para leerlo en forma de pesetas o euros, he conservado la costumbre de darle un rápido vistazo buscando, sobre todo, las páginas de opinión, donde muy de vez en cuando, encuentro algo aceptable. Hoy ha sido uno de esos días.
El título del artículo me ha llamado la atención: "¿Cómo pudimos equivocarnos tanto?". El autor: Oscar Tusquets.
Resulta que este señor, del que, lógicamente, no tenía noticia, es un arquitecto catalán, probablemente de calidad y renombre, que dedica el artículo a manifestar su arrepentimiento (profesional, obviamente) por haber descalificado en su día la magna obra de la Sagrada Familia de Gaudí, a la que consideró entonces inviable, uniéndose -así lo insinúa- al coro de los que entonces preconizaron la paralización definitiva de las obras, o, incluso, su demolición.
Tusquets nos dice ahora que cualquiera de esas soluciones, de haberse adoptado, habría sido catastrófica porque nos habría privado de una obra arquitectónica inconmensurable, a la que llega a calificar como el mejor monumento religioso, por lo menos, de los tres últimos siglos.
Todas las consideraciones técnicas y las valoraciones arquitectónicas que va haciendo, son de interés incluso para los profanos, pero lo que a mí más me interesa es lo que podríamos llamar el "lado antropológico" de su reflexión, es decir, el valor y la advertencia que encierra esta confesión arrepentida que se expresa algo patéticamente ya en el título: ¿cómo pudimos equivocarnos tanto?
Como quiera que la declaración proviene de un arquitecto "progresista", que, en su día, consideró la obra de Gaudí como inviable, no me digan que no resulta lógico (o, por lo menos, tentador) hacerse idénticas preguntas sobre otros muchos campos en los que unos criterios apresurados y unas valoraciones desequilibradas dictaminaron en su día la inviabilidad de construcciones señeras, sobre todo, en el terreno educativo, social y político, y sobre las que cayó inexorable la piqueta destructiva en nombre de los nuevos tiempos o de las exigencias del progreso.
Ellas, sin embargo, no tuvieron la suerte del edificio de Gaudí, al que, como nos cuenta Tusquets, salvaron otras mentes clarividentes que, con una visión auténticamente "progresista", es decir, de futuro, tuvieron que arrostrar la crítica implacable de los que entonces estaban a la última. Por tanto (creo yo), ¡mucho ojo con las piquetas en todos los campos de la vida!
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