Se está hablando estos días en medios eclesiales de la concesión del primer premio Joseph Ratzinger a tres teólogos y pensadores entre los que se encuentra el español Olegario González de Cardedal.
Hace pocos días fue el propio papa el que entregó el premio a los galardonados acompañando la entrega de palabras llenas de afecto personal y reconocimiento académico. Además, Benedicto XVI nos obsequió en ese mismo acto con un discurso magistral en el que reflexionó sobre la naturaleza y función de la teología.
Viene todo esto a cuento porque acabo de encontrar, en una entrevista que le hacen a Olegario -una de las muchas que le están haciendo con motivo del premio-, una valoración sobre el catolicismo en la España de hoy que a muchos les resultará sorprendente y que, viniendo de quien viene, un fino observador de la peripecia socio-cultural y religiosa de España, da que pensar, y obliga, creo yo, a desmontar ciertos tópicos con los que vivimos y con los que "desesperamos".
Transcribo esa luminosa respuesta de nuestro teólogo premiado y reconozco que comparto su tenor aunque a veces me cueste aceptar, en medio de determinadas oscuridades, que afortunadamente las cosas son probablemente así:
"-¿Cuando se comenzó a diluir el catolicismo en España?
-No se ha diluido. Una cosa es la superficie, la espuma ante la que ahora estamos. Creo que hay más vida católica y cristiana en la España de hoy que en la de hace 50 años. La medición de las conciencias, de la fe profunda, es muy difícil. No porque hayan dejado de aparecer juntos en los salones de los ayuntamientos el gobernador y el obispo, España ha dejado de ser católica. Ahora hay más decisión personal, más grupos de vida, más movimientos decididamente católicos que hace 50 años, con más implicación en la vida personal que en la manifestación pública. La democracia llegó a España al final de un largo proceso de preparación a la espera de que muriera el dictador, por eso no se produjo una ruptura, porque llegó con la maduración histórica a la que contribuyó el Concilio Vaticano II, al invitar a los católicos a la libertad y a la participación pública".
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