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jueves, 12 de mayo de 2011

El don de saber comunicar contenidos poco fáciles

Al poco tiempo de ser elegido Papa BXVI, empezaron los comentarios periodísticos sobre su personalidad, la mayoría de los cuales, como era de esperar, no superaba la fácil tentación de establecer comparaciones con su predecesor. Las opiniones variaban, naturalmente, pero poco a poco se fue imponiendo una convicción que algún comentarista, en frase feliz, sintetizó así: a JPII la gente iba, sobre todo, a verle; a BXVI, la mayoría quiere oírle.
Como toda apreciación periodística, ésta resulta discutible, pero es indudable que apunta a algo cierto o correctamente intuido: la mayor calidad, o si se prefiere, profundidad teológica del discurso del papa Ratzinger en comparación con los contenidos de las alocuciones su predecesor. Éste, por su parte, superaría al actual pontífice en capacidad de atracción, digamos visual, de los asistentes a las semanales audiencias.
Me ha venido esto a la mente, leyendo la catequesis que ofreció ayer BXVI a los fieles que le acompañaron en la semanal audiencia de los miércoles. El papa, que ha iniciado un ciclo de reflexiones sobre el nada fácil ni "popular" tema de la oración, deslizó un párrafo que me ha llamado especialmente la atención porque creo que une profundidad, sencillez, claridad y sensibilidad, digamos, "moderna", al saber incorporar reflexiones de pensadores modernos que pocos, incluso de sus conocedores, esperaría encontrar en ellos.
Me complace compartir con mis lectores este párrafo que, además, es posible saborear mejor leyéndolo que en la audición, siempre algo alborotada, del encuentro semanal en la plaza de San Pedro:

"En la oración, en todas las épocas de la historia, el hombre se considera a sí mismo y a su situación frente a Dios, a partir de Dios y respecto a Dios, y se da cuenta de que es criatura necesitada de ayuda, incapaz de procurarse por sí misma la realización cabal de la propia existencia y de la propia esperanza. El filósofo Ludwig Wittgenstein recordaba que “rezar significa sentir que el sentido del mundo está fuera del mundo”.
En la dinámica de esta relación con quien da sentido a la existencia, con Dios, la oración tiene una de sus típicas expresiones en el gesto de ponerse de rodillas. Es un gesto que lleva en sí mismo una radical ambivalencia: de hecho, puedo ser obligado a ponerme de rodillas -condición de indigencia y de esclavitud- o puedo arrodillarme espontáneamente, confesando mi límite y, por tanto, mi necesidad de Otro. A él le confieso que soy débil, necesitado, “pecador”.
En la experiencia de la oración, la criatura humana expresa toda la conciencia que tiene de sí misma, todo lo que consigue captar de su existencia, y, a la vez, se dirige, toda ella, al Ser frente al cual está, orienta su alma a aquel Misterio del que espera el cumplimiento de sus deseos más profundos y la ayuda para superar la indigencia de la propia vida.
En este mirar a Otro, en este dirigirse “más allá” está la esencia de la oración, como experiencia de una realidad que supera lo sensible y lo contingente".

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