Sin embargo, el tiempo de Adviento es particularmente hermoso. Me atrevería a decir, precisamente por ese ninguneo que sufre gracias a la distorsión a que le somete una navidad pésimamente entendida, que, en su humildad, puede convertirse en un tiempo -cuatro semanas nada más- contra-cultural, políticamente incorrecto, provocativo.
He escrito unas sencillas reflexiones sobre él que iré compartiendo con los lectores del blog en estas semanas.
He aquí la primera:
El embrujo del Adviento (1)
"Para gustar del Adviento tenemos que permitir
que nuestros sentidos entren en armonía con todo lo que acontece en esta
estación del año: el verano queda ya muy lejos; casi nadie recuerda sus
calores, ni su ambiente relajado e informal. No. Ahora empezamos a sentir frío,
incómodo pero tonificante, y con una cierta melancolía nos resignamos a ver
cómo oscurece antes -y oscurece mucho-, cómo caen a sus anchas las hojas como
si quisieran desnudarnos… Estamos en otoño: el mundo se nos va muriendo, y
parecen apagarse esa vida y esa fuerza que nos anunció espléndida la primavera.
Pues bien, en medio de ese otoño agridulce, precursor de un invierno aún
más destemplado, los cristianos somos convocados a la vigilia y a la
preparación de la gran fiesta del Sol naciente. El Adviento es, ante todo, tiempo de espera y de esperanza.
Negación de lo decadente, descubrimiento de una vida que surge misteriosamente
desde el fondo de aquello que a primera vista es fracaso y muerte".
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